Da igual que el año pasado fuese un poco complicado: Star Wars es visita obligada. Y punto.
El caso de Rogue One es muy curioso porque, realmente, no podía llegar a sorprender: todos sabíamos de sobra cómo iba a terminar la historia. Encima el final de Rogue One se corresponde casi al milímetro con el inicio de Una nueva esperanza. Creo que nunca había visto una película moverse en un margen tan estrecho y encima salir airosa.
Pero vayamos por partes. Reconozco que fui al cine con miedo de encontrarme uno de esos ejercicios de autoplagio tan frecuentes cuando se trata de precuelas. Rogue One está muy lejos de eso, por suerte; sus comienzos son complicados en un sentido completamente distinto. Para mí lo más problemático fue la presentación de los primeros personajes. Los vi demasiado encasillados en esquemas ajenos: la heroína difícil pero más noble que todos, el mártir, el rebelde de moral dudosa, el droide cómico... Había algo frío en todo aquello.
Sin embargo, parece que todo era una cuestión de paciencia: muy pronto esas introducciones dejan paso a pequeñísimos gestos que, casi imperceptiblemente, convierten a esos mismos personajes en personas de carne y hueso. A partir de ese momento fue imposible no involucrarse en la historia. Ahí está, diría yo, el mayor acierto de Rogue One. No sé cuánto dura la batalla final de la película pero sí recuerdo con perfecta claridad lo dolorosísimo que fue ir asumiendo, poco a poco, casi con cada disparo, que ese final era inevitable.
No tengo claro si esta historia estaba pensada desde el principio o no. La verdad es que me importa poco. De una forma u otra, como precuela Rogue One es impecable: da una explicación coherente a los detalles que siempre fueron raros, y hasta aporta un matiz distinto a Una nueva esperanza. Con todo, lo que más agradezco es que pueda funcionar como historia independiente: nunca se pierde de vista el origen ni el destino de Rogue One pero ello no supone que deje de tener su propia personalidad.