Olvidaos de la contraportada del libro y cargad con todas vuestras suposiciones cuando entréis en Nunca me abandones. Disfrutad del choque entre este universo y el nuestro.
No sé si algún día llegaré a asimilar que Nunca me abandones es una novela de ciencia ficción. Supongo que lo que me pasa es, para empezar, que siempre tuve una idea muy limitada del concepto de "ciencia ficción". Mi imagen mental del género necesitaba naves espaciales, un fondo metálico... Ese tipo de parafernalia. Ahora llega Nunca me abandones y se planta en unos años noventa que no resultan nada ajenos a nuestra propia memoria.
Esta novela no se disfraza de lo extraordinario para impactar. Se nutre del pulso entre los supuestos de nuestra lógica y los de la suya. Sin desgarramientos, sin excesos. Su objetivo no es regodearse en lo fantástico, sino construir una historia perfectamente "normal". Uno lee Nunca me abandones y no puede creer lo que está leyendo, aunque al mismo tiempo asume que las cosas no podrían haber sido de otro modo, sencillamente porque son lo que son y lo que han sido siempre. Obvio. Cualquier discusión desaparece, y con ello cualquier lucha. El descubrimiento de Nunca me abandones es al final el eco de un secreto a voces: el viaje termina cuando se asume que siempre hubo una opción única.
Da un poco de miedo pensar que, aunque su rumbo es alternativo, nuestro destino podría ser, en esencia, el mismo.
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