Muy pocas veces me he involucrado tanto en una historia.
Creo que me pasé todo el tiempo que leía Station Eleven absolutamente insoportable, tirando de la manga del primer incauto que me preguntaba "qué tal" (no el libro, qué tal en general, pero a mí me daba igual). Por suerte me rodeo de gente tan educada que me dejaban hablar y hasta se interesaban un poquito. Es una pena que no sepa hacer sinopsis. Les decía que Station Eleven trata sobre "una compañía de teatro que va representando Shakespeare por un mundo post apocalíptico". Y es cierto, es de lo que trata la novela, pero se deja tanto fuera...
Lo que me enamoró de Station Eleven fue su humanidad. Aunque esa especie de apocalipsis está muy presente en la novela, nunca se impone a lo estrictamente personal; muestra la cara más íntima del fin del mundo. Además, como la catástrofe está muy cerca del tiempo de la narración, es muy fácil ponerse en la piel de los personajes, sobre todo porque muchos recuerdan todavía cómo eran las cosas que nosotros conocemos. Comparan con lo que tienen delante, pero no se regodean en el horror que viven, sino en lo mágico que era viajar. O usar un teléfono. O el wifi. Emily St. John Mandel consiguió por momentos que la vida diaria me pareciese literatura fantástica.
Os dejo una imagen de la portada española, por si acaso, y una presentación en vídeo de la propia autora cuando la novela se tradujo al español. Por supuesto ella define Station Eleven mejor que nadie. Es un vídeo muy cortín, merece toda la pena que lo veáis entero.
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