jueves, 31 de mayo de 2012

Cómo quedarse hora y media como un tonto

Reconozco que el problema es mío: le tengo especial manía a la gente tan guapa, y no digamos tan rica. A lo mejor por eso no me ha entusiasmado La familia Jones.
Pero vayamos a la cuestión. 
Esta peli sí os la voy a destripar un poco, sólo un poquito; os prometo que lo que os voy a contar no afecta demasiado al desarrollo de la historia.
La familia Jones, tan jodidamente guapa como podéis ver en la foto, se acaba de mudar a un barrio bien, a una casa que se intuye de grandísimas dimensiones, también en la foto. Su vida parece perfecta, y lo es de puertas para afuera, como suele decirse. No hacen falta muchos minutos de metraje para darse cuenta de que ocurre algo extraño: los padres no duermen juntos, la hija lanza miraditas al padre, la hija se mete desnuda en la cama de su padre y le empieza a comer la oreja...
Justo en este momento, cuando te preguntas quién dirige esto (no dónde está el mando, dato a tener en cuenta), aparece la explicación: la familia Jones es una imagen de marketing. Literalmente. Son un grupo de vendedores que adoptan la imagen de una familia para promocionar determinados productos de una forma casi subliminal. Lo llaman "marketing furtivo", me parece.
Vamos, que les pagan una millonada por presumir de las cosillas que les regala su empresa. Parece una tontería, pero les funciona maravillosamente bien: la gente pica, se compra lo que sea, se desespera cuando no lo consigue... La gente es idiota. 

La familia Jones es otra de esas películas que un buen día me encontré en Canal+ y acabé viendo enterita, presa del misterioso efecto que se produce en mí cuando pillo una buena postura en el sofá y una película recién empezada en la televisión. 
Digo misterioso porque hay películas con unos inicios tan tan flojos que dan ganas de dejarlas. Ésta en concreto casi la quito tres veces en los primeros diez minutos; en ese "casi" entra en juego la variable sofá, claro.
Después de esos diez minutos engancha. Es lo que yo llamo "quedarse hora y media como un tonto": la película no te está entusiasmando, nunca habías oído hablar de ella ni es el tipo de cine que sueles ver. Pero ahí estás. 
Creo que ya dije en posts anteriores que entretenerse de esta forma tan "absurda", por decirlo de alguna manera, es incluso bueno. ¿Por qué no? Ahora bien, llegar a estos extremos me ofende. La culpa es mía, lo sé, pero eso no hace que me ofenda menos. 

En resumen, que ya me estoy desviando mucho del tema: bien para pasar un rato, pero nada más. Igual le estás dando vueltas un par de días por la paranoia del marketing furtivo, pero ya está.
Sin embargo, no puedo marcharme sin recomendaros antes que, si os decidís a ver La familia Jones, prestéis mucha atención al personaje de David Duchovny. Diría que es lo único por lo que merecería la pena ver esta película, la única figura que sostiene la presión dramática y al mismo tiempo da pie a la poca comicidad presente. 
Si eso basta o no, os toca decidirlo a vosotros.  

miércoles, 23 de mayo de 2012

Fantástico Mr. Fox

Esta mañana, por causas de las que ahora no me apetece hablar, no tuve acceso a la cocina y, por tanto, al suculento desayuno que mi estómago ansiaba, hasta... hasta tarde, dejémoslo así. Tampoco quiero entrar en detalles.

¿Qué hace uno cuando está recién levantado pero no puede seguir su rutina? Volver a la cama, dirá más de uno. Puede que eso sea lo más normal pero yo soy incapaz de meterme otra vez en la cama cuando ya he hecho el esfuerzo de levantarme. Es como si mi cuerpo me dijese: "No, bonita, no: ahora que me has sacado del calorcito te jodes y te despiertas del todo".
Sin más opciones (mi cerebro aún no había arrancado del todo), encendí la televisión y puse Canal+. Estaban echando Fantástico Sr. Fox. Una película de animación. Ahora, si es para niños... eso yo ya no lo tengo tan claro.
Sí que me transportó a mi propia infancia, eso tengo que reconocerlo. No es sólo que la película misma lo propicie (a pesar de las pegas que le pongo a su clasificación), es que está basada en uno de mis libros favoritos de cuando era pequeña: El superzorro, de Roald Dahl. Lo saqué de la biblioteca como un millón de veces, si no recuerdo mal. No recuerdo qué ocurría exactamente ni cómo, pero sí recuerdo que le tenía muchísimo cariño. Es el efecto Dahl, según tengo entendido.
Por el cariño del que os estoy hablando tenía mis reparos cuando oí que iban a hacer una película basada en esta novela. Desde Eragon, que se estrenó hace ya seis años, soy muy escéptica con esto de las adaptaciones.
Pero éste es un caso diferente. No sé si especial pero desde luego sí diferente: no tenía un recuerdo tan claro del libro, así que la comparación era bien difícil. Además, estaba recién levantada y en ayunas; a lo mejor no estaba en mis plenas facultades mentales.

Vayamos al grano: disfruté con esta película. Me resultó muy entretenida, muy fresca, y su estética me pareció muy interesante. Creo que tengo por casa alguna revista que trata ampliamente este asunto, ya la buscaré, porque es uno de los rasgos más característicos de Fantástico Sr. Fox: no son dibujos animados, ni esa especie de plastilina a la que estamos acostumbrados; es más realista, como hecho con pelo de verdad. A lo mejor fue por el hambre, pero esto me tuvo embobada durante buena parte de la película.
Otra cosa que me sorprendió muy gratamente fue la sutil  capacidad para hacer reír al espectador (incluso uno con la pubertad más que superada). La comicidad reside, además, en pequeños momentos de silencio que se rompen con frases cortas las más de las veces. La verdad es que no me lo esperaba. 
No recordaba las películas para niños así. Pero claro, a lo mejor el Fantástico Sr. Fox no es tan para niños.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Wicked. Memorias de una bruja mala

Supongo que todos aquí conoceremos más o menos la historia del Mago de Oz. Y claro, todos habremos oído hablar de la Malvada Bruja del Oeste.
Iba a intentar disimular un poco, pero he cambiado de idea: voy a ser sincera con vosotros y reconocer que no visto El mago de Oz ni leído El maravilloso mago de Oz, de Lyman Frank Baum (acabo de añadirlo a una lista de libros que tengo pegada en la pared; ya os la enseñaré un día, si eso).
Es probable entonces que penséis que he entendido bien poco de la historia, y a lo mejor no es equivocáis del todo, eso es verdad. 
Sin embargo, esta laguna presenta una ventaja: sorpresa, novedad. Es un auténtico placer (y un lujazo, seguramente) poder asombrarse al descubrir un mundo totalmente nuevo. Esto es lo que más he disfrutado de Wicked: sorprenderme a cada página, tener que esforzarme por amoldarme a unas convenciones que me son ajenas.
Y no sólo eso. Wicked no es simplemente la historia de la Malvada Bruja del Oeste: es el retrato de una transformación o, quizás, transmutación. Si para bien o para mal, eso es cosa de cada uno. Precisamente éste es otro de los ejes principales de Wicked: el bien y el mal.
Es apasionante ver cómo los personajes evolucionan de una forma tan paulatina, tan jugosa, tan... real. Pensadlo. Mirad atrás y decidme si reconocéis en ese niño o en esa niña lo que sois ahora. Elphaba no lo hace. Y yo tampoco, ni a ella ni a mí.

Es muy curioso cómo cambia una misma historia cuando se cuenta desde otro prisma; creo que nunca hasta ahora me había dado cuenta de lo importante que puede llegar a ser la perspectiva. 
Curioso ¿no? En El mago de Oz la Bruja es (o supongo que es, vaya) un saco de maldad, grotesca, cruel y plana. Aquí, es un personaje de hondísima psicología, coherente en sus contradicciones y capaz de despertar la simpatía del lector; es mordaz, divertida e inteligente. Si decidís leerlo, al final de Wicked os encontraréis sintiendo pena por ella, por lo que fue un día y por lo que es ahora.

La verdad es que en este post me está resultando especialmente difícil decidir qué contar y qué no porque no sé exactamente qué información me falta a mí y tenéis vosotros. Es un poco frustrante, la verdad.
En cualquier caso, lo que quiero que quede patente es que me ha encantado este libro. Lo disfruté desde la primera página hasta la última, y lo pasé hasta mal cuando descubrí que casi no quedaba novela pero todavía estaba todo muy enredado. La gente que tuvo que aguantarme durante el proceso sufrió más de uno y más de dos apretones en el brazo, para que os hagáis una idea. 
Es que, además de la profundidad de buena parte de lo narrado (esa batalla entre el bien y el mal, muchas veces librada dentro de uno mismo, aunque no en el clásico sentido visceral; ese desarrollo de la personalidad hacia quién sabe dónde, por qué y cómo), está muy bien escrito. Bueno, en honor a la verdad, muy bien traducido. Por eso me gustaría agradecerle a Claudia Conde su trabajo. Probablemente no lea esto nunca, pero si lo hace, aquí está. Todo reconocimiento sienta bien ¿no?

Sólo añadiré, para terminar, que quedan en Wicked asuntos sin resolver. Espero conseguir pronto la segunda parte, Hijo de bruja, y ver en qué quedaron. Ya os contaré.

Ah, y también hay un musical. Uno de los más exitosos de los últimos tiempos, según dicen. Parece que sigue habiendo algo en Oz que convierte en oro todo lo que toca.