viernes, 2 de diciembre de 2016

Inferno

Esa máxima mía de "Hay que ver de todo" me pone a veces en situaciones muy extrañas. 
A ver, partamos de la base de que Robert Langdon no es ningún desconocido en mi casa: mi madre leyó en su día El código Da Vinci y Ángeles y demonios, y vimos juntas las películas unas cuantas veces. Si no hay post de ellas, ya que lo estamos comentando, es porque nunca fui capaz de verlas completamente centrada. Creo que lo único que consiguió atraparme de todas estas películas fue la reunión en casa del personaje de Ian McKellen en El código Da Vinci. De hecho, siempre que pillo la película la dejo hasta que pasa esa parte. 
Inferno, me temo, sigue el mismo camino que sus antecesoras. A estas alturas ya soy del todo consciente de que es una mera cuestión de gusto: estas películas de rompecabezas y misterios me parecen muy entretenidas pero, como me ocurrió con El código Da Vinci y Ángeles y demonios, las termino igual que empiezo. 
No dejaré de reconocer que el planteamiento de Inferno es muy interesante, que el ritmo es bueno, que la historia consigue crear una tensión insoportable hasta el último segundo... Técnicamente está todo bien en Inferno. Como os digo, la cuestión es que este tipo de películas no me llenan. Las historias que a mí me gustan son las que se vuelven hacia lo personal, hacia lo diminuto. Que una sola persona tenga tanto poder en sus manos como para cambiar el mundo ya me aburre un poco, si os soy sincera.
¿Que si me gustó Inferno? Bueno, sí. Inferno es todo lo que le pido a una película de este tipo. Nunca diría que las dos horas que dura fueron una pérdida de tiempo; es sólo que para encantarme le faltaba algo que ya sabía de antemano que no iba a encontrar.

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