lunes, 14 de noviembre de 2011

Paraíso inhabitado, de Ana María Matute

Paraíso inhabitado es una de esas novelas que marcan, que dejan una señal indeleble en algún lugar oculto del cuerpo, donde nadie que no deba pueda verlo. 
Todo el mundo tiene cicatrices. A mucha gente le falta el apéndice, según parece. Pero nadie enseña una cicatriz así, de buenas a primeras, sin conocerte de nada. Bueno, así será hasta que pasen de moda las frases de hielo para ligar, supongo. Hasta entonces, la ropa es lo único que  se le permite mirar un extraño.
Es por esto que no estoy muy segura de lo que voy a hacer ahora. 
Releo lo que tengo escrito y soy consciente de que parecen elementos inconexos y desordenados. Paciencia. Enseguida voy.
Creo firmemente que un buen principio anuncia una novela soberbia. Sólo hace falta una frase adecuada, a veces nada más que una palabra. Un garfio que, sin piedad, se hunda en la carne de un lector desprevenido que "sólo pasaba para echar un vistazo". 
Éste es el caso de Paraíso inhabitado
Lo abrí un buen día que no sabía qué leer. ¿Qué puedo escoger?, debí pensar, ¿qué me apetece? Recorro con la mirada toda mi estantería en busca de algo que, no sé, me llame; es un pequeño ritual. Aquella vez mis ojos se posaron sobre el fantástico azul de la última novela de Ana María Matute. Lo abrí. Pasé esas primeras páginas vacías y di de bruces con una frase que ponía palabras a un dolor tan viejo como yo misma, un dolor que me costaba reconocer y más aún explicar:
Nací cuando mis padres ya no se querían.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Sabor a canela. O lo que surja

Sabor a canela es una de esas novelas que se pueden leer del tirón. Yo lo hice. Y fue la única vez que un libro me ha durado una sola noche, por cierto.
Pero, ¿eso es bueno o malo? A lo largo de mi vida he leído libros que me han encantado, libros que he adorado y he vuelto a leer unas cuantas veces, en un sutil tira y afloja con la obsesión, como quien dice. 
No es lo que me ocurre con Sabor a canela. Vale, lo leí. Me gustó. Cierra el libro, ponlo en su sitio, apaga la luz y a dormir, que ya son las cuatro.
Normalmente, cuando termino una novela me quedo un tiempo pensando. Experimento una cierta sensación de vacío que sigue al momento justo en que cierro el libro, le doy la vuelta y me enfrento a su portada. No es el fin de una era pero desde luego sí es el fin de algo, no hace falta rotularlo con letras gigantescas para darse cuenta. A lo mejor, y sólo a lo mejor, soy un poco nostálgica.
Pero a lo que iba. Tengo un buen recuerdo de Sabor a canela. Difuso, pero bueno. Lo recuerdo como algo dulce y estremecedor a un tiempo. A veces recordaba a aquello que se dice sobre huracanes causados por mariposas. Otras, hacía pensar en esas  frías tardes de lluvia que como mejor se pasan es con una taza caliente entre las manos. Sus capítulos, ninguno de más de cuatro páginas, le dan una agilidad tremenda. Terminas uno y piensas "Bah, es poco. Otro capítulo y ya". Claro que sí, campeón. 
Ésta es una de esas novelas que normalmente se olvidan con la misma facilidad con que se leen. Estupenda para pasar un buen rato; fin.

miércoles, 17 de agosto de 2011

El Clan del Oso Cavernario

El Clan del Oso Cavernario es uno de esos libros sin término medio: o lo adoras o lo odias. Pasa lo mismo con El Señor de los Anillos Los Pilares de la Tierra. Según a quién le preguntes serán "un tostón insoportable" o "una obra maestra de la literatura, de lo mejor que he leído en años".
No he leído Los Pilares de la Tierra pero creo que se puede notar que sí leí El Señor de los Anillos y lo adoré. 
Me gustaría empezar diciendo que antes de leer El Clan del Oso Cavernario detestaba la Prehistoria. Tanto hueso, tanta cueva. Siempre se me hizo muy pesada. Este libro me ha ayudado a encajar muchas de las cosas que hasta hace muy poco no era capaz de asimilar. ¿A mí qué más me daba que unos señores hace no sé cuánto de pronto empezaran a comer carne? ¿Qué relevancia podía tener que su cabeza fuera más o menos grande? ¿Para qué tengo que memorizar todos esos latinajos? ¡Lo interesante empieza en la Edad Media, joder! 
Pues no. Resulta que sólo necesitaba meter todo eso dentro de una historia. Un hilo argumental. Una tía lejana mía decía que para que a su hijo se le quedara lo que tenía que estudiar en historia se lo contaba todo como si fuera un cuento. Me reía pensando "Qué chorrada, ni que fuera un crío pequeño". Calladina estoy más guapa. 
Sin embargo, no quiero dar a entender que El Clan del Oso Cavernario es una novela de acción trepidante. Realmente la mayor parte del libro son descripciones, bien de costumbres, creencias y supersticiones varias (en mi opinión el punto fuerte del libro), bien de la flora y la fauna de los alrededores (que a mí personalmente se me hicieron bastante pesadas). 
El Clan del Oso Cavernario es fruto de muchos años de exhaustivo trabajo, y eso se nota. Se lo recomiendo a todo aquel que disfrute con la Historia, aunque comparta mi fobia por este periodo.  El que disfrute dedicándose a la vida contemplativa, como quien dice, simplemente pensando y dándole vueltas a cualquier cosa, seguramente disfrutará este libro. 

ADVERTENCIA. A lo mejor soy yo la única gilipollas que lo hizo, pero me siento en la obligación de comentarlo. Yo pensaba, ilusa de mí, que al ser una novela histórica tan tranquila, tan lenta la mayor parte del tiempo, no pasaría nada si antes de terminar el primer libro le echaba un ojo a la sinopsis del segundo, sólo la sinopsis. Pero sí pasó. En fin, yo solita me lo busqué.

lunes, 25 de julio de 2011

Billy Elliot

Billy Elliot -a la que, por razones que escapan a mi entendimiento, se le añade en su traducción al español "(Quiero bailar)"- cuenta la historia de un niño de 11 años que, inmerso en una huelga minera en los años ochenta, lo único que desea es bailar ballet. Pero el ballet no es tan masculino como el boxeo; el ballet no es tan masculino como la mina; el ballet no es tan masculino como no hacer nada. Así que el pobre Billy sólo se encuentra con inconvenientes, exceptuando a su abuela, casi bailarina profesional en su juventud, su profesora de baile y la hija de ésta. Claro que el ballet es normal en niñas, en mujeres; no en chicos.
Aquí voy a hacer una pausa para reconocer una cosa antes de que sea demasiado tarde: no soy capaz de contar una película. O un libro, me da igual. El caso es que no sé hacer sinopsis. De un tiempo a esta parte, todas las veces que he intentado recomendar algo a un conocido he acabado por contar toda la historia. Hasta el final, sí. Es poco práctico si se quiere evitar spoilers, pero es una cosa tan fácil, tan fluida... Según me ha dicho una de las últimas víctimas de este vicio mío (si es que puede llamarse así), es como volver a ser niño y que te cuenten un cuento antes de dormir.
Me estoy yendo por las ramas. Quería hablar de la película. Sin más. Recomendarla porque me encantó, porque tengo ganas de verla otra vez y otra y otra y otra. Pero no sabía muy bien cómo empezar, así que hice esto. Sin embargo, hoy no voy a contar el final. Para variar un poco. Sólo quiero añadir antes de irme que Billy Elliot es la película con más fuerza y mejor banda sonora que he visto en mucho mucho tiempo.



jueves, 14 de julio de 2011

Un traje, una mochila y tinta verde en un paso de cebra

Hace ya algún tiempo estaba dando un paseo por mi ciudad cuando vi a un hombre que me llamó la atención. Estaba esperando en un paso de cebra, como todos los que lo rodeaban. Sin embargo, había algo en él que... No sé. Realmente no era un tipo extraño; era un hombre con traje y corbata, mochila a cuestas, que esperaba a que el semáforo se pusiera en verde.
Entonces estaba leyendo El bolígrafo de gel verde. Creo que los que ya lo hayáis terminado entenderéis la asociación de ideas.  O a lo mejor fue una paranoia sólo mía.
De todas formas, de un tiempo a esta parte muchas de las cosas cotidianas que me rodean me recuerdan a este libro. Puede que a partir de ahora empiece a usar tinta verde; quién sabe, a lo mejor consigo dar un giro a mi vida.
Y a todo esto, ¿de qué va El bolígrafo de gel verde? Por suerte o por desgracia, éste es un libro de sinopsis imposible. No podría decir claramente cuál es su argumento, pero sí que es una imagen aún más clara que lo que el espejo me devuelve todas las mañanas, sea lo que sea.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Más vale pájaro en mano que ciento volando

Dicen que más vale tarde que nunca. Yo no estaría tan segura.

IV

Por fin el misterioso sendero tuvo a bien desaparecer y dar paso a césped. Básicamente césped. Ya sabéis: esa especie de moqueta verde que cubre la explanada de Windows; para qué perder el tiempo describiéndolo más cuando todos lo hemos visto al menos una vez en nuestra vida.
Miré a mi alrededor, disfrutando de las vistas. Llené mis pulmones del aire puro que ahí sí podía respirarse. No pude evitar sonreír al comprobar que hasta mí no llegaba ningún olor. Claro que ello también podía deberse a que hubiese perdido el olfato. No sé, qué más da.
Oí un rugido.
Bueno, no era un rugido exactamente. Desde luego era algo animal, pero todavía no podía saber a qué pertenecía; estaba demasiado distorsionado por la distancia.
Pero se acercaba.
Una especie de cohete pasó a toda velocidad sobre mi cabeza, dejando tras de sí una larga cola de humo blanco. Lo más sorprendente de todo, sin embargo, era que aquella especie de rugido salía del cohete.
El misterioso proyectil se estrelló a pocos metros delante de mí. Me acerqué; supongo que lo hice porque no he visto Encuentros en la tercera fase. No sé, qué más da.
Esperaba encontrarme con un amasijo de hierros, hilos metálicos retorcidos siguiendo un intrincado patrón o ninguno en absoluto.
No.
Ahí había una lechuza. Un ave que me miraba fijamente, ceñuda (aunque no sé si las lechuzas pueden parecer enfadadas o si son así), como perdonándome la vida. Tss.
Ya estaba pensando en comérmela cuando vi que de entre sus alas asomaba tímidamente algo blanco, que podía suponerse el comienzo de un rectángulo. Sin perder de vista al animal que, sin embargo, no parecía tener el más mínimo interés en mí, extendí la mano con la intención de extraer el objeto. Pero en cuento me acerqué, el cuerpo mismo de la lechuza lo expulsó con un sonido metálico y pude ver bien de qué se trataba.
Era una carta. Un sobre grueso, con mi nombre pulcramente escrito y sellado con cera. Remite: Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Mi primer impulso fue cagarme en su puta madre. Terminé de leer y así lo hice. Alto y claro, sobre todo muy alto. Reconozco que llevaba años esperando por aquello, negándome a ser "una simple muggle". Y justo cuando lo tenía asumido aparecía. Ahora que tenía, no planes, sino una misión. Una misión; que son palabras mayores.
La carta decía también, aparte lo típico, que lamentaban mucho el retraso. Explicaban que se debía a la difícil adaptación a los nuevos medios, entre los que destacaban lechuzas electrónicas como la que probablemente tendría delante de mí. "Más vale tarde que nunca", añadían.
Bromas aparte, nunca he entendido los refranes. Más vale tarde que nunca, A caballo regalado no le mires el diente, Más vale pájaro en mano que ciento volando... ¿A quién se le ocurren esas cosas?

jueves, 17 de marzo de 2011

El guionista, los peces y la lectora que no sabía lo que decía

Hace poco terminé El frío modifica la trayectoria de los peces, de Pierre Szalowski, guionista canadiense, novelista amateur.
Hago especial hincapié en este detalle porque es algo que me trae de cabeza desde hace tiempo: ¿puede un guionista ser un buen escritor? Y sobre todo: ¿en qué se diferencian uno de otro exactamente?
He observado que las novelas escritas por guionistas tienen siempre un toque... Cómo explicarlo... Un toque más gráfico, más televisivo. Más como en 3D. En cambio, los novelistas  se detienen más en las sensaciones, los pensamientos, las texturas, la mariposa que en algún lugar del planeta debe de estar provocando un terremoto con el majestuoso a la par que letal movimiento de sus vidriosas y coloridas alas... Algo así.
Pero, ¿qué es mejor? ¿Es que una opción sería mejor que la otra?
Os reconozco una cosa: no puedo responder. Mi corazón está en este punto dividido. No puedo decidirme por uno o por otro. Es que...
... me encanta detenerme en los detalles y chapotear en la redundancia.
... me gusta la claridad de las palabras directas.
... me enamoran las anáforas.
... me repele la pedantería innecesaria.
... me encanta que me hagan reír.
¿Qué hago, qué hago, qué hago?
Llegados a este punto, creo que sólo puedo deciros de qué va El frío modifica la trayectoria de los peces, que lo leáis vosotros y que decidáis:

Todo empieza, como muchas veces, con el fin de año. Es Navidad y, aunque es tiempo de marisco y reuniones familiares, nuestro protagonista asiste con horror a la noticia de la separación de sus padres. ¿Por qué yo?, se pregunta; ¿por qué a mí?, se repite. Bueno, estas cosas pasan. Lo que ya no es tan usual es sufrir la nevada más importante de las últimas décadas. Cualquier estudiante de Ciencias de la Tierra y Medioambientales achacaría este fenómeno a las altas y bajas presiones, pero esto es una novela: aquí nieva porque lo dice un niño. Y punto en boca.
Al mismo tiempo, no muy lejos de allí, unos desconocidos ven cómo sus vidas cambian radicalmente por expreso deseo de un niño de cuya existencia apenas son conscientes.
Una serie de enredos y coincidencias los reúnen en la misma casa, bajo la misma nevada. Dejaré la reseña aquí.

Tengo también en mi estantería Maldito Karma, de David Safier, también guionista. Es posible que me saque de dudas. O puede que siga igual, incluso peor. Ya os contaré.

lunes, 14 de febrero de 2011

Be unsocial

Dicen por ahí que somos animales sociales. Yo debo de ser una especie de eslabón perdido.

III

No había puesto un pie fuera de la Comarca cuando ya estaba soñando con esas películas del oeste. No es que me gusten, es sólo que la figura de "llanero solitario" tiene, no encanto, no es precisamente la palabra que estaba buscando, pero sí ejerce una especie de magnetismo. No sé, supongo que las microondas han acabado por afectarme. O el clima. O la inevitable herencia genética. Qué más da; no voy a seguir perdiendo el tiempo buscando excusas.
El caso es que me gusta la soledad. Me gusta mi soledad. Y si ya soy así normalmente, imaginad cuando me estoy encaminando hacia Dios sabe qué peligros, metida de lleno en algo parecido a una road movie que nunca se me habría ocurrido ni soñar. A estas alturas creo que es necesario aclarar que cuando yo sueño no lo hago al estilo de La Casa de las Dagas Voladoras: cuando yo cierro los ojos no huelo cerezos en flor; no soy testigo de saltos y acrobacias que, en interminables secuencias a cámara lenta, desafían las leyes de la gravedad. En mis sueños no hay moraleja; yo no aprendo cuando cierro los ojos; sólo disfruto de una relajante y profunda fase REM. ¿Para qué más? En resumidas cuentas: la road movie de mis sueños es de bajo presupuesto. Muy bajo presupuesto.
Pensando en estas y otras cosas recorría un sendero pedregoso, llena de hojas muertas y medio descompuestas, todo ello mezclado en un puré de sospechosa tonalidad marrón que yo me afanaba en creer barro, por mucho que mi sentido del olfato se empeñera en lo contrario. Si a esto le sumamos que, como ya he dicho, soy incapaz de imaginar el olor de los cerezos, lo único que tenemos es un olor a mierda que podría tumbar a cualquiera.
Me planteé entonces los posibles usos de mi recién adquirido paraguas:
a) Salir de allí volando cual Mary Poppins. Problema: ¿qué combustible utilizaba ese cacharro? ¿Y si me dejaba tirada en medio de la nada? No, mejor ser prudentes, sólo por si acaso.
b) Hacer aparecer un ambientador. No tengo mucha experiencia en el terreno olfativo, pero la única vez que osé utilizar uno de esos ambientadores de baño, maldito artefacto infernal, estuve a punto de salir corriendo.
c) Pegarme un tiro. Bah, no me apeteció.
Conclusión: vendo paraguas rosa, seminuevo; bueno, bonito, barato. ¿¿Interesados??

Lo que ocurrió a partir de aquí está un poco borroso para mí. Sé que me encontré con alguien. Sé que conocía a ese alguien. Y sé que le mandé a la mierda. Creo que se produjo una reacción de oxido-reducción bajo mis pies y se liberó algún tipo de gas nocivo que nubló mi mente y mis sentidos. Eso, o soy así de borde. Sólo sé que más adelante, cuando estuve en apuros de verdad y pedí ayuda a través de mi twitter, la única respuesta fue: #tuputamadreguapa.

miércoles, 5 de enero de 2011

Cómo ser niño prodigio y no morir en el intento

Vale, puede que yo no sea la más indicada para dar consejos en este aspecto, pero hoy no voy a hablar de mí. Hoy voy a recordar viejos tiempos.
La gente de mi generación suele decir que los niños de antes no éramos tan gilipollas. Hay quien lo relaciona con los dibujos animados, las consolas y un sedentarismo cada vez más acusado. Pero eso tampoco me interesa hoy.
Vayamos al grano: hoy quiero hablar de Matilda, un libro (y sí, también una película) que todavía hoy me entusiasma. ¿Me recuerda a mi infancia? Puede. Tenemos la misma edad; no es difícil igualarla a los amigos de la niñez con los que todavía hoy tengo trato. Además, mi abuela me lo leía cuando era pequeña. He de decir que mi abuela, aunque aquí esté representada como una mujercilla iracunda de piel verde, es una de las mejores narradoras que he conocido y conoceré jamás. No sé si habéis oído alguna vez esas cintas de cuentos populares o si habéis visto Sra Doubtfire. Bien, mi abuela es en la realidad más o menos así. Menos británica, pero en esencia es lo mismo.
Me encantaría decir que de pequeña era como Matilda y que quizá por eso su historia me caló tan hondo. Pero no sería cierto: ni yo era tan callada, inteligente y discreta, ni mis padres tan horribles. Lo único que quizá podríamos tener en común Matilda y yo es el amor por las letras, una de las pocas cosas de mi infancia que recuerdo con total claridad.

Hace poco echaron Matilda en canal Hollywood, creo, y volvió a entrarme el gusanillo. Volví a leer el libro, y fue como leerlo por primera vez. Esta historia es para mí una máquina del tiempo, qué digo, ¡es un invento aún mejor! Mientras lo leía, el tiempo perdía su significado: daba igual leerlo diez minutos que una hora: pasaba igual de rápido; daba igual que fuera publicado en 1988: la historia es tan actual ahora como entonces; todo daba igual, salvo derrotar a la Trunchbull.
Por si estáis buscando ideas, sería un buen regalo de Navidad, de cumpleaños, no sé, de lo que sea. Rasgar un papel brillante y encontrar un buen libro es siempre un placer.
Os dejo ahora, me voy a ejercer de Rey Mago.