Cuando le hablé por primera vez de Captain Fantastic, una amiga mía me contestó, de alguna manera indignada, que eso era un reality que ella misma llevaba tiempo viendo. En ese sentido mi amiga tiene toda la razón del mundo: eso de la familia que vive en plena naturaleza, lejos de la civilización convencional, no es nada nuevo, ni mucho menos. Sin embargo, muy pronto queda claro que ese no es el gancho de Captain Fantastic.
El obligado abandono del hogar pone a los protagonistas en contacto con realidades que nunca antes habían conocido y así, ante nuestros ojos, la idea utópica que abre Captain Fantastic empieza a hacer aguas. Pero, ojo, la intención de esta película no es desacreditar a nadie, entre otras cosas porque ninguna doctrina se libra aquí del naufragio. Ni siquiera creo que intente plantear cuál sería el mal menor entre todas las posibilidades. Me parece que el enfoque nunca debería ser ese: en Captain Fantastic prima el retrato más personal, la cara más humana de las intenciones que, de tan buenas. sólo pueden acabar torciéndose.
Todo esto, que suena tan lejano y tan poco tangible, funciona gracias al genial grupo de personajes de esta película, desde los protagonistas hasta los ausentes. Es imposible no implicarse. Gracias a esto Captain Fantastic puede verse como uno de esos grandes road trips en los que la anécdota pasa a un segundo plano porque, en el fondo, la historia podría ser la de todos. El auténtico viaje no es el paisaje que cambia al otro lado de la ventanilla.
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