miércoles, 22 de septiembre de 2010

Up in the air

Me encanta Jason Reitman. No puedo evitarlo ni negarlo. Así que no es de extrañar que cualquier cosa que él haga me guste, me entusiame y se haga un hueco en mi lista de favoritos casi antes de ver la luz. Me encanta este hombre. Adoro cómo lleva las historias al borde del absurdo, me enamoran sus personajes y me hipnotiza la estética de sus películas.
Pero si hay algo que de verdad distingue a Jason Reitman es su capacidad para dotar a sus personajes de humanidad y carisma. Nick Naylor, de Gracias por fumar; Juno, de Juno; y Ryan Bingham, de Up in the air, no son personajes reales, pero podrían serlo. Tienen suficiente peso específico como para sostenerse por sí solos y sostener el resto de la película, pero sin caer en la mediocridad y la normalidad de la gente real. ¿Quién vería une película sobre gente corriente? Perdón, reformulo la pregunta: ¿quién vería una película sobre gente corriente sin dormirse? He aquí la cuestión. Por supuesto, Jason Reitman cuenta con unos actorazos estupendos: el siempre digno de ver George Clooney; la brillante no, brillantísima Ellen Page; y un muy de moda Jason Bateman, a quien todavía podemos ver en el cine con Un pequeño cambio (es posible que hable de ella en otra ocasión, pero no hoy, que el trabajo embrutece).
A todo esto... yo estaba hablando de Up in the air. Con esta película, Reitman rompe el molde una vez más, pero esta vez lo lleva a un nivel superior: si en sus anteriores obras nos ofrecía un final más o menos feliz, Up in the air abre de un sutil hachazo una brecha en el corazón, separa al espectador del resto del mundo un poco más si cabe, y llena la sala con un aliento helado que huele a soledad y aeropuerto.


Ryan Bingham es quizá el mejor en su trabajo. Quizá disfruta con ello, quizá no. Quién sabe qué le pasa por la cabeza a este hombre, un nómada del siglo XXI sin remedio, sin vergüenza, sin domicilio fijo y sin necesidad de él. El ajetreo de las aglomeraciones, el ir y venir de maletas y el rugido de los aviones es su único hogar. Y no quiere que eso cambie, al contrario que su jefe y Natalie Keener (Anna Kendrick se toma un descanso de Crepúsculo, por suerte), una joven dispuesta a remodelar el mundillo a través de internet. De una webcam, concretamente.
¿Pero es eso posible? ¿Se puede sustituir el contacto humano por una pantalla de quince pulgadas y kilómetros de cable de fibra óptica? Up in the air no ofrece una respuesta, pero sí apunta en una dirección, muy arriba, en el cielo. Literalmente.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Agua del limonero, de Mamen Sánchez

Agua del limonero es una novela que, al parecer, está teniendo bastante éxito. No sé cuántas ediciones lleva ya: sé que me compré una cuarta edición en agosto y ya van por la novena o decimonovena, no estoy segura. Librería a la que voy, kiosco en el que entro, Yuppi en el que acabo, ahí está: Agua del limonero me persigue. No son datos claros, pero sí orientativos. Y, según la aparentemente unánime opinión pública, Mamen Sánchez se consagra con esta su tercera novela como una de las mejores autoras españolas actuales.
Mi "problema" ahora es: ¿de verdad es Mamen Sánchez lo mejor de lo mejor ahora mismo? La verdad es que no conozco toda su obra, ni muchísimo menos. Le había echado el ojo a Agua del limonero hacía ya tiempo, pero no fue hasta el pasado mes de agosto cuando lo leí. Me recordó desde un principio a El cuento número trece, de Dianne Setterfield, un libro al que yo siempre tendré mucho cariño y recordaré como uno de mis eternos favoritos. Eso fue lo que me atrapó al leer la sinopsis, y quizá lo que me perdió a la hora de leer el libro. Creo que esperaba más, mucho más, de lo que al final leí.
Agua del limonero empieza contando la historia de Greta Bouvier, una gran dama en el New York actual. De momento, sólo sabemos de ella que su inmensa fortuna procede de la herencia de su difunto marido, que su hijo es viudo también, y que su nieta es una excéntrica joven que prefiere las calles de París a la Gran Manzana. Greta Bouvier no concede entrevistas, oculta su verdadera historia tras una espesa cortina de mentiras y engaños, hasta que un día a la brillante y prometedora periodista Clara Cobián le ofrecen escribir su biografía en la revista en que trabaja.
Y de repente... ¡zasca!, la primera en la frente. Nos damos de bruces con el primer punto en común entre dos mujeres en apariencia tan distintas: las dos se enamoraron de hombres obscenamente mayores que ellas. Clara cayó rendida a los pies de un profesor de la facultad, lo que trajo fatales consecuencias para la reputación de ambos, sobre todo la de ella; y el fallecido Thomas Bouvier estaba más cerca de los ochenta que de los setenta cuando se casó con Greta, teniendo ella veinticinco años. Sus historias de amor resultaron inverosímiles para todos cuantos fueron testigo de ellas.
Tengo que reconocer que fue este nexo tan fuerte y tan obvio entre ambas lo que me puso de mal humor y me predispuso en contra del libro antes de leer las cien primeras páginas. Me pareció algo superficial y muy poco sutil. Corrí a avisar a amigos y conocidos: no lo leas, es una ñoñez, les dije. Repito que entonces no llevaba ni cien páginas, por lo que sucedió lo inevitable: me equivoqué. Al menos en parte. Mantengo que es una ñoñez, pero eso no significa que no merezca la pena, ni mucho menos. Agua del limonero deja un regustillo agridulce, un comecome en la cabeza, un viento como de otra parte, y una sensación de frío y vacío en el pecho que deja paso a la más profunda confusión cuando se acaba el epílogo. Al terminar Agua del limonero me sentí como si hubiera estado chupando un limón una semana entera. ¿Y sabéis qué? Lo volvería a hacer.