lunes, 14 de noviembre de 2011

Paraíso inhabitado, de Ana María Matute

Paraíso inhabitado es una de esas novelas que marcan, que dejan una señal indeleble en algún lugar oculto del cuerpo, donde nadie que no deba pueda verlo. 
Todo el mundo tiene cicatrices. A mucha gente le falta el apéndice, según parece. Pero nadie enseña una cicatriz así, de buenas a primeras, sin conocerte de nada. Bueno, así será hasta que pasen de moda las frases de hielo para ligar, supongo. Hasta entonces, la ropa es lo único que  se le permite mirar un extraño.
Es por esto que no estoy muy segura de lo que voy a hacer ahora. 
Releo lo que tengo escrito y soy consciente de que parecen elementos inconexos y desordenados. Paciencia. Enseguida voy.
Creo firmemente que un buen principio anuncia una novela soberbia. Sólo hace falta una frase adecuada, a veces nada más que una palabra. Un garfio que, sin piedad, se hunda en la carne de un lector desprevenido que "sólo pasaba para echar un vistazo". 
Éste es el caso de Paraíso inhabitado
Lo abrí un buen día que no sabía qué leer. ¿Qué puedo escoger?, debí pensar, ¿qué me apetece? Recorro con la mirada toda mi estantería en busca de algo que, no sé, me llame; es un pequeño ritual. Aquella vez mis ojos se posaron sobre el fantástico azul de la última novela de Ana María Matute. Lo abrí. Pasé esas primeras páginas vacías y di de bruces con una frase que ponía palabras a un dolor tan viejo como yo misma, un dolor que me costaba reconocer y más aún explicar:
Nací cuando mis padres ya no se querían.