lunes, 31 de agosto de 2015

Un día perfecto

Para ir situándonos, Un día perfecto tiene lugar en algún momento a lo largo de las labores de cooperación tras el conflicto en los Balcanes. Lo curioso es que cualquier dato concreto acaba desdibujado; el bosque se pierde en los árboles. 
Un día perfecto empieza con un cadáver en un pozo y una cuerda rota. Y ya está. No es una excusa para presentar a los personajes; ni siquiera parece que el objetivo sea retratar la cruda realidad de entonces. Sin embargo, al final de Un día perfecto eso es justo lo que tenemos. 
Creo que el hecho de no atarse a convenciones tipo planteamiento-nudo-desenlace permite que esta película se acerque más a la realidad más pura. Eso supone que cualquier descubrimiento se hace poco a poco, casi a trompicones; no hay revelaciones súbitas aquí. 
Una escena se ha quedado grabada en mi memoria: dos de los protagonistas buscan la pelota de un niño en su casa, tomada por la maleza, destruida por la guerra. A pesar de que lo que encuentran es decisivo en una de las líneas de esta historia, en pantalla nunca abandona el fondo de la escena. Se convierte así, tanto para los personajes como para nosotros, en un accidente. 
Eso es Un día perfecto: una cadena de sucesos fortuitos. No se me ocurre mejor forma de asomarse a la auténtica realidad.
La verdad es que cuanto más lo pienso, más me gusta. 

En llamas, de Suzanne Collins

Me zambullí en En llamas con la sed del que aún no ha llegado al final que esperaba. Supongo que, en el fondo, tendría que haberme imaginado algo así: si en Los juegos del hambre apenas hay descanso para los personajes, tampoco lo habrá en la saga para el lector. 
No se me ocurre cómo abordar el comentario evitando spoilers, así que, si alguien no sabe qué pasa en esta novela y no quiere saberlo, sería mejor que dejase de leer aquí mismo. 
Los juegos del hambre termina con una victoria agridulce. Hasta ahí, muy consistente; es más, diría que uno de los puntos fuertes de esta saga es cuestionar hasta qué punto ganar según ciertas reglas supone realmente una victoria. Así, la certeza de que aún quedan asuntos pendientes es una de las principales razones por las que lanzarse a En llamas se convierte casi en una necesidad. 
Lo que pasa es que un supuesto triángulo amoroso va escalando posiciones y, en un momento dado, eclipsa al resto de la historia. Reconozco que esto es una manía mía, no un criterio objetivo. No seguiré ahondando en esta cuestión porque sé que en el fondo es sólo que a mí, personalmente, no me gustan este tipo de historias. Si acaso, lo único que podría alegar es que esta dinámica parece estar más cerca de la dicotomía de siempre: el Bien contra el Mal. Sé que esta línea no es tan importante en En llamas, de verdad que lo sé. Pierdo el tiempo en comentarla porque, por lo que se ve, soy más maniática de lo que yo misma pensaba y me resulta muy difícil pasar por alto las cosas que me ponen nerviosa. 
En fin. 
Prefiero quedarme con el hecho de que el regreso a la arena que constituye el auténtico centro de En llamas no es una repetición desesperada de la genial fórmula de Los juegos del hambre: los paralelismos se mantienen lo suficiente como para que las diferencias resulten todavía más significativas. Me parece una progresión de lo más inteligente. 
Ya empecé Sinsajo, como os habréis podido imaginar, aunque no arrastro las mismas ansias que cuando empecé En llamas.Creo que ahora estoy más centrada en el final que se acerca, no en el que dejo atrás, porque por primera vez no tengo ni la más remota idea de cómo puede terminar la historia. 

miércoles, 26 de agosto de 2015

Los juegos del hambre, de Suzanne Collins

Llegar a tiempo a los fenómenos no es cosa mía, ya lo sabéis. Y si no, que se lo digan a la amiga que lleva dos o tres años recomendándome Los juegos del hambre
Ahora la susodicha está de vacaciones en el pueblo, pero antes de irse me prestó la trilogía completa. Qué exageración, pensé yo cuando la vi llegar con los libros. Tengo la manía de no leer sagas enteras de una sentada; sólo la idea me agota, sinceramente. Y sin embargo aquí estoy, a la mitad de En llamas. Qué razón tenía mi amiga. 
Lo cierto es que ninguna de las dos tenía muy claro qué esperar cuando empecé a leer Los juegos del hambre. Yo imaginaba que sería una historia en la línea de la clásica literatura juvenil, como Sabriel; y, aunque al principio sí lo parece, Los juegos del hambre no tarda en dar un salto más que notable. No abandona el "género" (si es que puede hablarse de género en este caso), sino que cubre sus lagunas. 
Creo que el ejemplo más representativo de todo esto es la propia protagonista. Los juegos del hambre se narra desde el punto de vista de Katniss y, además, en presente. Se introduce algún flashback en pasado de cuando en cuando pero, en general, la historia se va construyendo al mismo ritmo que Katniss la vive y, sobre todo, la desmenuza en un constante monólogo interior. Aún me impresiona hasta qué punto la duda se integra en el desarrollo de los acontecimientos sin socavar la solidez de la narración.
La única desventaja de someter el relato a la protagonista es que a veces se corre el riesgo de dejar al lector en blanco. A menudo, cuando se introduce un mundo distinto al del lector, un personaje también ajeno al entorno sirve como excusa para explicar esas diferencias. Sin embargo, en Los juegos del hambre no existe esta posibilidad: el lector sólo puede conocer lo que Katniss comparta. Sé que esas respuestas eran necesarias, pero no puedo dejar de pensar que las digresiones sobre el Capitolio, los distritos y los juegos al comienzo de la novela parecen un poco fuera de lugar en las reflexiones de alguien que ha nacido en un mundo donde todo esto es normal. 
Dicho esto, también tengo que reconocer que no sé de qué otra manera se habría podido plantear. Me quedo con el hecho de que Suzanne Collins eligió una forma de narrar complicada y la respetó hasta las últimas consecuencias, con todo lo que ello supone. 

domingo, 9 de agosto de 2015

Tierno bárbaro, de Bohumil Hrabal

Tierno bárbaro es una historia en la medida en que todos los homenajes pueden serlo: porque siempre tenemos algo que contar de las personas a las que recordamos con cariño. 
Tardé mucho en darme cuenta de esto, aunque no fue por falta de avisos: si no me equivoco, ya en la contraportada del libro se especifica que esto es en realidad un recuerdo dedicado a Vladimír Boudník, artista y amigo personal de Hrabal. Pero yo suelo ir a mi ritmo con esas cosas, así que muchas veces obvio estas útiles guías y acabo cayendo en unas lecturas absurdamente complicadas. En este caso en concreto, mi mayor error fue empezar a leer Tierno bárbaro como si fuese una novela. 
A lo mejor tenía demasiado presente Yo serví al rey de Inglaterra. Aunque son dos obras muy distintas, en Tierno bárbaro se mantiene lo que me cautivó entonces: una voz tan directa y clara que no parece afectarle el paso del tiempo, ni el formato, ni la traducción. Nada, en fin. Es como si Bohumil Hrabal te diese la mano y, simplemente, te contase. Supongo que perdí el norte de Tierno bárbaro en ese estilo tan particular y tan magnético. Afortunadamente, el camino correcto acaba apareciendo y, por fin, se puede disfrutar el entrañable y honesto homenaje que es Tierno bárbaro

martes, 4 de agosto de 2015

Inside Out (Del revés)

Tengo un dilema. Yo salí del cine entusiasmada con Inside Out, prácticamente como en una nube. Pero los primeros comentarios que escuché cuando contrasté opiniones con el grupo iban en la línea de "predecible" o "poco original". Al principio me escandalicé. Luego lo fui pensando mejor. 
Creo que en Inside Out, en lo que a originalidad se refiere, debemos distinguir dos medios: el de las emociones y el del mundo exterior. Es cierto que la historia que le proporciona el marco a Inside Out no podría ser más típica: una niña que se muda a una ciudad nueva y trata de hacerse al entorno, con todo el drama propio del cine. Vale, eso lo asumo. Pero seguiré diciendo que ese cliché está magistralmente traducido a una serie muy limitada de emociones básicas. 
Jamás habría imaginado que una historia podría funcionar con unos elementos tan concretos que, además, nunca abandonan la que es su naturaleza por definición: sus variaciones sólo abarcan una serie de grados, siguen siempre en la misma línea. Yo misma pensaba al principio que algo acabaría quedando bidimensional si el concepto era tan rígido. Cuánto me equivocaba. Este es, y siempre será, uno de los grandes logros de Pixar: llegar a la esencia misma de una idea, a lo más simple, y reorganizarla hasta crear algo completamente nuevo. Eso es para mí Inside Out

lunes, 3 de agosto de 2015

Las brujas de Salem / El crisol, de Arthur Miller

Hace mucho tiempo que tenía ganas de leer Las brujas de Salem. Recuerdo que estuve como loca buscando este libro y que me puse muy picajosa: no entendía por qué todas las ediciones que encontraba incluían también el guion de la película, El crisol. Qué diferencia podía haber entre una cosa y otra, me preguntaba; qué necesidad de ser tan redundantes. Pocas veces he estado más equivocada. 
En la edición de Tusquets que acabé comprando (afortunada resignación) se incluyen, además de los textos en sí, dos "prólogos" al guion escritos por Arthur Miller y Nicholas Hytner, director de El crisol. Ahí es donde se habla de las muchas diferencias entre un guion cinematográfico y un texto teatral. Si, como a mí, os gusta el tema de las adaptaciones al cine, estos son unos textos que no os podéis perder. 
Aunque eso me encantó, la fascinación por Las brujas de Salem venía ya del texto mismo. Llevo unos cuantos días dándole vueltas, a ver si por fin doy con la razón de ser de todo esto. Creo que para llegar a conclusiones más claras tendría que leer este libro otra vez. De momento sí puedo decir que Las brujas de Salem es un retrato magistral de una situación no tan concreta como podría parecer en principio: aunque hay un trabajo de investigación tremendo detrás, esta obra no se ata a las circunstancias, sino que se eleva hasta lo intemporal, presente tristemente reconocible.
Y, sobre todo, nunca prescinde de lo humano. Tengo la sensación de que en este tipo de cuadros muchas veces se acaba identificando a cada personaje con una única cualidad, como si no pudiese contener más. En Las brujas de Salem la realidad es más compleja que todo eso: nadie es completamente inocente, y tampoco culpable del todo. Creo que una de las cosas que más me impresionó de esta obra fue poder atisbar todo esto con claridad sólo a través de las palabras y los movimientos de los personajes. Sé que son los medios propios del teatro, y que seguramente el hecho de estar más acostumbrada a la novela influye en todo esto, pero, a pesar de ello, seguiré creyendo que Arthur Miller logra en esta obra una profundidad apabullante: no es lo mismo entender a un personaje hasta poder incluso anticipar sus reacciones, que asistir al descubrimiento de su alma y en verdad entenderlo.