miércoles, 5 de enero de 2011

Cómo ser niño prodigio y no morir en el intento

Vale, puede que yo no sea la más indicada para dar consejos en este aspecto, pero hoy no voy a hablar de mí. Hoy voy a recordar viejos tiempos.
La gente de mi generación suele decir que los niños de antes no éramos tan gilipollas. Hay quien lo relaciona con los dibujos animados, las consolas y un sedentarismo cada vez más acusado. Pero eso tampoco me interesa hoy.
Vayamos al grano: hoy quiero hablar de Matilda, un libro (y sí, también una película) que todavía hoy me entusiasma. ¿Me recuerda a mi infancia? Puede. Tenemos la misma edad; no es difícil igualarla a los amigos de la niñez con los que todavía hoy tengo trato. Además, mi abuela me lo leía cuando era pequeña. He de decir que mi abuela, aunque aquí esté representada como una mujercilla iracunda de piel verde, es una de las mejores narradoras que he conocido y conoceré jamás. No sé si habéis oído alguna vez esas cintas de cuentos populares o si habéis visto Sra Doubtfire. Bien, mi abuela es en la realidad más o menos así. Menos británica, pero en esencia es lo mismo.
Me encantaría decir que de pequeña era como Matilda y que quizá por eso su historia me caló tan hondo. Pero no sería cierto: ni yo era tan callada, inteligente y discreta, ni mis padres tan horribles. Lo único que quizá podríamos tener en común Matilda y yo es el amor por las letras, una de las pocas cosas de mi infancia que recuerdo con total claridad.

Hace poco echaron Matilda en canal Hollywood, creo, y volvió a entrarme el gusanillo. Volví a leer el libro, y fue como leerlo por primera vez. Esta historia es para mí una máquina del tiempo, qué digo, ¡es un invento aún mejor! Mientras lo leía, el tiempo perdía su significado: daba igual leerlo diez minutos que una hora: pasaba igual de rápido; daba igual que fuera publicado en 1988: la historia es tan actual ahora como entonces; todo daba igual, salvo derrotar a la Trunchbull.
Por si estáis buscando ideas, sería un buen regalo de Navidad, de cumpleaños, no sé, de lo que sea. Rasgar un papel brillante y encontrar un buen libro es siempre un placer.
Os dejo ahora, me voy a ejercer de Rey Mago.