Y tocarlo para asegurarme de que es real.
La verdad, esta vez sí sabía qué me iba a encontrar cuando empecé a ver El show de Truman. También os digo que nada de lo que yo hubiese imaginado antes se acerca lo suficiente a lo escalofriante que puede llegar a resultar.
No es sólo que sea una especie de Gran Hermano elevado a la máxima potencia, es que presenta una vida falsificada o, lo que es peor, una macroincubadora. Al creador de este programa le consuela pensar que lo que hace es por el bien de Truman, que en el entorno que le ha creado va a estar más seguro y ser más feliz que en el mundo exterior, el real. ¿Qué opináis vosotros? ¿Qué es mejor: cometer un error y sufrir sus consecuencias o no poder llegar a equivocarse nunca?
Parezco especialmente indignada y en realidad El show de Truman me ha gustado mucho. Es siniestra, sí, pero también sobrecogedora y, sobre todo, muy buena. No tengo ningún dilema interno: El show de Truman acaba de convertirse en una de mis películas favoritas.
Alguna vez os hablé de películas que acababan por no gustarme porque alguno de sus personajes, normalmente uno con mucho peso, acababa cayéndome mal. Sería de esperar que me ocurriese lo mismo con el realizador de El show de Truman, pero no. No estoy diciendo que me caiga bien, sólo que no es tan enervante, a lo mejor porque no sale demasiado. Aunque probablemente mi impresión sobre esta película no cambiaría si así fuese: sólo tenéis que ver el principio para comprobar por qué. Parecen poco más que retazos de entrevistas, apenas declaraciones, y unos cuantos nombres por la pantalla. Caras que conocemos, nombres que no. Todo medido al milímetro.
No os cuento más, que poco falta para que termine de estropear la película a los que aún no la han visto. Baste decir que el comienzo es más que prometedor y el final, brillante con un punto escalofriante que no puedo pasar por alto.
Puesto #159 de las 200 de Cinemanía.
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