Atrapado en el tiempo, por suerte más conocida como El día de la marmota, plantea las ventajas y los inconvenientes de algo parecido a la omnipotencia o, quizá, una forma primitiva de omnipresencia. Y es que, si pudieses repetir el mismo día un número infinito de veces, ¿no acabarías por saberlo todo de memoria?
Soy una gran fan de Bill Murray. Siempre me ha parecido un actor tremendamente carismático y mis impresiones quedaron del todo confirmadas después de ver Lost in Translation. Sin embargo, a pesar de su presencia en esta película y su impecable trabajo, El día de la marmota me ha parecido más bien flojilla. No sé, la he visto poco coherente en algunos aspectos: no se llega a saber por qué se repite el mismo día durante tantísimo tiempo (la friolera de diez años, por lo que dicen en Cinemanía) o por qué de pronto el tiempo vuelve a su curso normal. Puede no ser estrictamente fundamental para el desarrollo de los acontecimientos pero tampoco hay que pararse demasiado a pensar para plantearse estas cosas. Sí, El día de la marmota es bastante divertida pero no tanto como para obviar estos detalles. Es una pena porque la idea es buena, el dilema que se le plantea al protagonista es realmente interesante. No obstante, opino que no está tan bien explotado como cabía esperar en principio. La culpa parece ser de ese gusto en los noventa por las historias de amor aliñadas con un par de notas de saxo. A lo mejor soy yo la rancia, pero creo que sólo edulcoran la realidad, a veces con resultados catastróficos. Fijaos en una cosa antes de que empiece a sentirme como la amargada de turno: toda la historia queda al final reducida a una especie de lección vital sobre la honestidad, el amor verdadero y bla bla bla. Me recuerda mucho a esos telefilms de domingo por la tarde.
A pesar de todo esto, voy a intentar conservar en mi memoria las mejores partes de El día de la marmota, desperdigadas por todo su nudo. Ése es el Bill Murray que a mí me gusta.
Puesto #157 de las 200 de Cinemanía.
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