Recuerdo que, en su momento, Sabriel marcó un antes y un después en las lecturas que yo solía hacer. Es cierto que su estilo no se aleja de lo que me interesaba entonces, pero sí introdujo una poderosa novedad: el miedo.
La verdad es que siempre fui una niña muy impresionable; para qué disimular. Todavía hay por casa algunos libros que no pude leer porque me resultaba absolutamente imposible sobreponerme al terror que me inspiraban. Sabriel se movía muy cerca de esa línea pero, a pesar de todo, no lo abandoné. Un buen día decidí que aquello no podía ser y continué leyendo. Fue la primera vez que lo conseguí. A lo mejor por eso le tengo tanto cariño a Sabriel.
Lo bueno de releer estos libros es que, con un poco de suerte, te pueden transportar a las sensaciones de aquellas primeras lecturas. Sin embargo, aunque siempre conservaré ese cándido (pero trascendental) triunfo, no he podido leer Sabriel con el mismo entusiasmo que entonces. Me diréis que es normal, que ha pasado mucho tiempo y no podía esperar otra cosa. Os daría la razón si no tuviese tan relativamente reciente la relectura de Harry Potter, que me permitió apreciar detalles que antes había ignorado. En Sabriel, en cambio, han saltado a un primer plano algunos defectillos con los que antes podía convivir pacíficamente. Sigo creyendo que es una historia muy bien planteada y resuelta, muy ingeniosa y entretenida; es sólo que no está a la altura de mi recuerdo. A veces estas cosas pasan.
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