Bueno, pues parece que voy camino de cumplir uno de los objetivos del verano: ver por fin la trilogía original de Jurassic Park, como os comentaba el otro día. Es pronto para cantar victoria, claro, pero al menos el proyecto ya está en marcha.
Mi mayor interés en Jurassic Park pasaba por resolver aquellas lagunas que me habían surgido en Jurassic World. En ese sentido estoy plenamente satisfecha, pero lo que quiero resaltar hoy es lo mucho que me ha gustado Jurassic Park. No como predecesora de algo, sino como mito en sí.
Jurassic Park es una película que ha legado numerosísimas referencias a la cultura popular, tantas que se ha convertido en una vieja conocida, al estilo de El sexto sentido, por ejemplo. Y sin embargo, ni siquiera así se pierde el factor sorpresa: las películas como esta son capaces de atrapar al espectador y llevarlo a ciegas incluso por caminos que, de una forma o de otra, conoce perfectamente. Lo mejor de todo, en mi opinión, es que para llegar a esto no son necesarios apabullantes efectos especiales ni una trama enrevesada: Jurassic Park se nutre de la buena resolución de un relato sencillo, mucha imaginación y, sobre todo, mucho encanto.
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