Con demasiada frecuencia, parece que el fin de la infancia supone también el abandono de la sensibilidad más honesta. Para las maravillosas excepciones, están las películas como La canción del mar.
Recuerdo que hace tiempo, ni sé cuánto, di por casualidad con una imagen de esta película. No era una imagen promocional ni una escena completa; sólo un fotograma sin contexto ni explicación. Aunque tampoco hacía falta: La canción del mar se quedó conmigo, como un intenso recuerdo de infancia, hasta que por fin nos reencontramos, de nuevo por casualidad. No me lo pensé dos veces, como os podréis imaginar.
Lo bueno de este tipo de misterios es que te permiten zambullirte en una película con el mayor de los entusiasmos y, sobre todo, con la mente bien abierta. Así, sólo queda sorprenderse.
Por eso me estoy mordiendo tanto la lengua. Ni siquiera puedo seguir un hilo para hablar de La canción del mar. Podría hablar de su técnica, simbología, madurez, honestidad... Pero no me convence ninguna de esas líneas: la fuerza de La canción del mar surge del armónico conjunto y, sobre todo, del encanto que rebosa.
Os dejo con parte de la banda sonora; creo que podrá transmitirlo mejor que yo.
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