Con Love Actually el listón estaba muy alto. A lo mejor por eso salí tan decepcionada de Una cuestión de tiempo.
Los que hayáis visto el trailer probablemente entenderéis la trampa: te repiten mil veces quién es el director y, como siempre, te ponen algunas de las mejores escenas de la película. Claro, picas. El problema es que la historia de la película se agota en el trailer.
Os cuento: tenemos a Tim, un chico normal y corriente. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Cuando cumple 21 años su padre le revela que los hombres de la familia pueden viajar en el tiempo. Y ya está. Le dice que se meta en el armario y se concentre en un momento al que le gustaría volver. Tim lo hace y retrocede lo justo para no hacer demasiado el ridículo en Nochevieja.
El resto de la película es más o menos así: lo único que hace Tim es arreglar las últimas horas (a veces sólo minutos) para conquistar a la chica de sus sueños. Lo consigue, son felices y comen perdices.
Sólo hay un momento de cierta tensión que no revelaré porque, no nos engañemos, probablemente sea el de mayor intriga de toda la película. Tampoco os contaré el final, aunque no es por falta de ganas. Sólo os diré que antes de una hora de película ya me gustaba más lo que me iba imaginando yo. Y cuando eso pasa... Mala señal.
Eso sí, los primeros diez minutos eran estupendos. Como en un cuento, la voz en off de Tim iba presentando a su familia y la pequeña historia de cada uno de sus miembros, a cual mejor. Tenían la magia de lo simple y esa promesa de un misterio que yo me esperaba.
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