lunes, 21 de octubre de 2013

Primos

Algo tiene el cine de Daniel Sánchez Arévalo. Creo que es esa simplicidad de doble fondo que hace que sus historias, tan sencillas, nunca lleguen a ser planas. Todo lo contrario: a cada momento se van descubriendo nuevas facetas, algunas esperables; otras, no tanto.
Primos empieza con una boda. O una preboda. O postboda. O casiboda. Como queráis llamarlo. A lo mejor es un evento demasiado particular como para ponerle un nombre tan típico. 
El caso es que estos tres primos acaban volviendo al pueblo en el que veraneaban todos los años. Es un momento de reencuentros, de abrazar el pasado, quizás con desesperación.
Cuántas películas se habrán hecho ya sobre este tipo de regresos, de todo menos triunfales, de todo menos originales. Pero aquí está Sánchez Arévalo para darle una vuelta de tuerca y convertir esta escapada en una aventura.
Lo mejor es que no podemos saber en ningún momento cómo van a terminar las cosas. Podemos hacernos una idea pero, ya se sabe, probablemente estemos equivocados. Hay un punto muy concreto en el que todo se desvía, cruza el punto de no retorno y ya no sabemos qué pensar. 
Por eso me gustó tanto el final de Primos: es muy digno de su historia y para conseguirlo, como en el fondo es lógico, se salta las normas que hagan falta: chico conoce a chica y no se enamoran, hombre y niño como una misma cosa, un chico que asume que los mitos no duran para siempre y no pasa nada.
Lo más gracioso es que parece fácil pero en realidad ni siquiera desayunar lo es tanto.

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