Se hace raro ver una película así en pleno verano, pero es lo que tiene aprovechar cuando las echan en televisión. La culpa no es mía.
Lo que sí surge inevitablemente en cualquier momento del año es el pasmo cuando encuentras de pronto la versión original de algo que has visto parodiado una y mil veces. Es una extraña sensación de familiaridad; falsa, por otra parte, pero no por ello menos reconfortante.
Precisamente "reconfortante" debe de ser la mejor palabra para describir ¡Qué bello es vivir!. No nos vamos a poner ahora a repetir la historia porque, entre unas cosas y otras, ya la conocemos todos.
Lo curioso es que ni aún así la película se hace pesada. Podrá ser predecible, que lo es, pero aún así tiene ese punto de ternura que se sobrepone a todo, hasta a esa serie de sucesos simplemente desafortunados que dan pie a lo que veremos luego.
¡Qué bello es vivir! es, en fin, una historia sencilla pero bien contada. Si tengo que ponerle alguna pega, diría que la acción está ligeramente mal distribuida: el prólogo es quizá excesivamente largo para mi gusto, aunque la transición hacia el nudo es impecable, todo sea dicho. Aun así, bien se ha ganado el derecho a llamarse "clásico".
Puesto #77 de las 200 de Cinemanía.
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