martes, 5 de agosto de 2014

Danza de dragones, de George R. R. Martin

Ya puedo decir que no es cierto que Festín de cuervos sea el libro más aburrido de toda la serie. Por lo menos no lo fue para mí. Es que en Danza de dragones, supongo que por volver al cauce principal, se pierde un poco de aquel sentimiento universal del que os hablé en su momento. La verdad es que lo eché mucho en falta, más de lo que esperaba en principio. Es como si volviésemos a ese estado previo en el que no quedaba muy clara la auténtica magnitud de Canción de hielo y fuego como conjunto. 
Lo que sí vuelve con Danza de dragones es ese espectáculo tan absoluto. Aunque leyendo Festín me encontré unas cuantas veces al borde del colapso, no llegó a ocurrir de la misma forma que en este libro. Creo que, en general, las grandes revelaciones se fueron reservando para esta ocasión, con las grandes bases de la trama completamente asentadas.
Ahora, terminada la lectura, me temo que sólo me queda la autonegación. Cierto personaje acaba su último capítulo en una situación muy complicada (hasta aquí nada nuevo) y lo que pueda o no pueda pasar a partir de este momento me trae un poco de cabeza, sinceramente. Por la vía de la autonegación llego a buen puerto: lo que me planteo tiene sentido y, además, no me dolería tanto. Aunque lo contrario también sería perfectamente factible. Ese es el gran problema de estas novelas y, al mismo tiempo, su principal punto fuerte. Danza de dragones solucionó unos cuantos problemas de este estilo que me surgieron mientras leía Festín de cuervos. No cuento con que Vientos de invierno haga lo mismo, pero me encantaría que así fuese.

No hay comentarios:

Publicar un comentario