viernes, 4 de julio de 2014

Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides

Ahora sí puedo estar segura: Las vírgenes suicidas es una de las mejores adaptaciones que he visto jamás. Ni siquiera molesta que en la portada del libro aparezca un fotograma de la película.
Las vírgenes suicidas es una novela curiosa desde el primerísimo momento, no sólo por el argumento en sí, sino por la forma en que se narra. Son un grupo de chicos (no tan jóvenes en el momento de la narración, según se deduce) los que recuerdan la historia de las hermanas Lisbon y deciden compartirla. Lo interesante es que llega un momento en que su objetivo no parece tanto el relato en sí como el mero recuerdo, como si siempre se hubiesen negado a dejarlas ir del todo. 
En cierto modo es comprensible. Como es su voz la que oímos, como lectores nos acabamos contagiando de la fascinación por las hermanas Lisbon. Estos chicos, como cualquiera al final, sólo quieren saber un poco más, aunque ya no parece posible: recuerdan y dan vueltas una y otra vez a los mismos detalles y gestos, hasta los más mínimos, porque ya no pueden hacer nada más.
Con un poco de distancia podemos entender hasta qué punto este es un esfuerzo inútil y un ejercicio incluso malsano, pero Las vírgenes suicidas te absorbe hasta tal punto que nada de eso importa: sólo existe el deseo de saber más y la imposibilidad de satisfacer esta nueva necesidad. Creo que esta circunstancia, lejos de poner en entredicho la integridad de la historia, acaba constituyendo un pilar más de la misma: si supiésemos por qué las chicas Lisbon decidieron acabar con su vida es posible que ya no tuviese sentido hablar de las "vírgenes suicidas".

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