En su momento me habían dicho que este era el libro más aburrido de toda Canción de hielo y fuego porque es el único en el que no aparecen los personajes protagonistas de siempre: no están Daenerys, Jon ni Tyrion, por ejemplo. En su lugar leemos las historias de Brienne, Cersei, algún que otro kraken (mejor dejarlo así)...
Por supuesto que eché de menos a todos esos ausentes. Son los que hemos seguido desde el principio, así que en cierto modo se siente un cariño más profundo por ellos. Sin embargo, Festín de cuervos no se me hizo más pesado que los anteriores. No voy a decir que todo lo contrario, pero casi, aunque sólo sea porque por primera vez podemos conocer verdaderamente las culturas de lugares como Braavos, Dorne y las Islas del Hierro, a cual mejor.
Creo que es en Festín de cuervos cuando nos damos verdadera cuenta de la magnitud de esta historia: no es un simple cuento de dragones y brujos, ni intrigas que se limitan a un palacio; es un mundo entero colapsado y roto.
Así, Festín de cuervos no se centra en el ojo del huracán, sino que recorre todo el espacio y nos prepara para lo que va a venir. Vale, es posible que no sea tan espectacular y apoteósico como las novelas anteriores, sobre todo porque no se puede decir que tenga un final verdadero. Como digo, Festín de cuervos es una especie de precalentamiento, es el asentamiento de unas bases y la creación de un contexto que hasta ahora sólo se intuía: con Festín se hace real.
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