Vamos a intentar dejar a un lado el hecho de que esta película fue una de las grandes ganadoras de los Goya de este año. No por rencillas ni decepciones ni postureo, sino porque los premios no aportan nada. Debe de ser un gustazo recibirlos, por supuesto, pero no vamos a centrarnos en eso ahora. Es cierto que pude verla en el cine precisamente porque se repuso gracias a los Goya pero ese sí que es otro tema.
Probablemente ya sabréis de qué trata Vivir es fácil con los ojos cerrados. La cuestión es que, como suele pasar, el argumento refleja muy pobremente lo que supone la película completa.
A veces Vivir es fácil con los ojos cerrados se hace un poco irreal. Este viaje, road trip a la española, condensa en unos pocos días (no sé exactamente cuántos) unas vivencias muy intensas, unas confidencias que, en otras circunstancias, no parecerían posibles. Sin embargo, el resultado final no es tosco ni atolondrado; lo irreal importa poco porque la historia misma, de algún modo, lo exige. Sin esas pequeñas licencias, que no dejan de ser parte de lo extraordinario en la vida cotidiana, Vivir es fácil con los ojos cerrados no sería la película tan tierna que es.
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