Algunos llaman a estas películas "guilty pleasures", como si hubiese que sentirse culpable por verlas o algo así. Creo que ya os lo he comentado en otras ocasiones: yo creo que si una película se puede disfrutar, no una sino unas cuantas veces, ya tiene algo más que digno de mención, aunque no sea la mayor obra maestra de la historia del cine.
Estas películas consiguen que te evadas por un momento, que te metas en una historia que puede no tener nada que ver contigo (o sí), que conozcas a unos personajes que quizá de otro modo te resultasen ajenos. Eso es para mí Tienes un e-mail.
Ya he perdido la cuenta de las veces que la he visto, aunque lo bueno de estas películas es que eso es lo de menos: siempre se puede encontrar algo nuevo o, como mínimo, redescubrir viejas delicias. Lo importante, en cualquier caso, es que siempre se disfrutan.
No sería la primera vez que alguien me mira con pasmo al enterarse de que Tienes un e-mail es una de mis películas favoritas. Según dicen, "no me pega". Nunca sé cómo tomarme esas cosas, ni ahora, dándole vueltas con un poco de paciencia. Supongo que ese será siempre uno de los grandes misterios de mi filmoteca. Ahí sí que nada pega con nada. A lo mejor lo que pasa es que no parezco de esas personas a las que les gustan las películas "preciosas" al estilo de Tienes un e-mail. Pero bueno, eso es lo de menos ahora.
Por supuesto, no os voy a contar de qué trata esta película aunque, si he de ser sincera, me tienta mucho la idea. De todas formas, cualquier resumen parecería reducirla al clásico estereotipo. La cuestión es que probablemente la realidad no está demasiado lejos de ese tópico que intento evitar. Yo creo que lo que la salva es la pasión que hay debajo de ella: pasión por los libros y, además, una especie de residuo de olor a librería, ese que se inspira casi sin darse cuenta. Eso es lo que hace de Tienes un e-mail una película preciosa y "encantadora".
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