Soy consciente de que hay una parte de la película que se me escapa: yo no sé psicología, así que el trasfondo que tiene que ver con ella me es totalmente inaccesible.
Que eso no os desanime a los que estéis en estas mismas condiciones. Sólo tenéis que levantar una piedra para encontrar unos cuantos amables psicólogos que os explicarán todo el asunto.
Además, aun sin llegar a entender del todo esa parte, La naranja mecánica se puede disfrutar. Bueno, igual "disfrutar" no es la palabra más adecuada al hablar de esta película.
La leyenda que precede a La naranja mecánica advierte de su dureza y aleja a los sensibles. No sin razón, claro, pero no es tan desagradable como esperaba. O, mejor dicho, no lo es de la forma que yo había supuesto. Es cierto que es una película muy violenta pero su mayor crudeza reside en el enfoque, en lo tumultuoso, en la psicodelia que la impregna. No sé exactamente cómo, pero no incomoda de una manera convencional.
Eso sí, es una historia bien contada y bien hilada, con una estructura circular perfecta como pocas. Claro que esta misma forma la convierte en un relato descorazonador. De alguna manera, lo que pone de manifiesto es que, a la hora de la verdad, las personas no cuentan si no es por el papel que se les asigne. Lo que más asusta de La naranja mecánica es precisamente esto: comprobar hasta qué punto podemos no ser dueños de nosotros mismos.
Puesto #13 de las 200 de Cinemanía.
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