Lo bueno de ver una serie algo después de su lanzamiento es que probablemente encuentres a tu disposición una o varias temporadas completas. Ojo, que esto puede resultar peligroso, casi perjudicial para la salud: hay por ahí algunas series peligrosamente adictivas que no te dejarán escapar fácilmente.
Este es el caso de Juego de Tronos, que estrena su tercera temporada el 31 de este mes. Hoy terminé la segunda, así que creo que me dará tiempo a recuperarme del shock. Os advierto ya que Juego de Tronos es la serie con los finales de temporada más apoteósicos que he visto en mi vida. Ensalza y trasciende géneros. De hecho, casi diría que Juego de Tronos constituye un género en sí mismo.
Quiero hacer especial hincapié en eso. Como podéis ver por los posts de esta sección, las series que suelo ver entran en categorías bien distintas. Sin embargo, hace unos años, como a todos (o casi todos), me encantaban este tipo de historias. Todavía tengo algunos libros de aquella época y en casi todos había elementos propios de la Edad Media. Cierto es que, no mucho después, empecé a darle vueltas al asunto y dejé de entender qué tenía de bonito este bárbaro periodo. Con todo, no puedo deshacerme de un cierto apego por estas historias. Soy una nostálgica.
Sin embargo, Juego de Tronos no es la clásica historia de caballeros y princesas; no se parece a las que yo leía. George R. R. Martin, autor de Canción de hielo y fuego, saga en la que se basa la serie, sabe que la Edad Media no es como la pintaban. Casi podría decirse que "se aprovecha" de ello y usa la distancia que separa ficción y realidad para darle un sello propio a su obra y, aunque resulte irónico, una mayor carga de realismo. Eso deduzco de la serie, vaya, porque no he leído ningún libro todavía. Estoy ocupada con otro tipo de lecturas ahora mismo, pero tengo en mente ir leyendo la saga poco a poco, con calma. Ya os iré contando.
Mientras tanto, pegaos a la butaca. Con esta primavera empieza el invierno.
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