jueves, 6 de diciembre de 2012

La Lolita de Kubrick

A veces pasan estas cosas. A veces (pocas, para qué engañarnos) coincide que terminamos un libro, casi hemos dejado de darle vueltas, y de pronto nos ponen la película en bandeja. 
Este año la adaptación de Kubrick de la Lolita de Nabokov cumple medio siglo y TCM, como no podía ser de otra manera, anoche la emitió. Por desgracia no pude ver el corto que iba antes, una especie de mini documental; seguiré buscando y si lo encuentro os lo haré saber. 

Lolita es una adaptación soberbia. Está claro que ayuda que el propio Nabokov colaborase en el guión, sobre todo porque se logró un resumen y una reelaboración de contenidos que alguien ajeno a la concepción de la obra no habría podido igualar. Tengo que reconocer que, de hecho, la película me ayudó a darme cuenta de algunos detalles que en el libro se me pasaron totalmente. 
Eso es una adaptación, y una de las buenas, además. Puede tener su propia identidad más allá de la novela pero sigue siéndole fiel, sigue estando muy claro cuál es su origen. Ojo, hay por ahí películas fantásticas que no tienen nada que ver con el libro en que se basan. A mí, la verdad, me da igual que se parezcan más o menos siempre y cuando se mantenga la esencia de la novela o se cambien ciertos elementos para adaptarlos a las condiciones propias de una película. Hay auténticas maravillas en este sentido. Se me vienen a la cabeza El erizo, basada en La elegancia del erizo o Criadas y señoras, adaptación de la novela homónima.
Pero, independientemente de todo eso, Lolita es una buena película. Por eso no entiendo que años después se hiciese un remake. No sé, después de ver esta no me parece que fuera necesario. Es verdad que aún no la he visto entera y que en general soy reacia a los remakes; manías, oye. De momento, por lo poco que llegué a ver del remake, tengo la sensación de que se decidió repetir la jugada porque tanto en el momento en que se publicó la novela como en el que se hizo la película, Lolita causó un gran revuelo. Sin embargo, treinta años después, no. Aún así, sigue sin parecerme necesario: todo está ahí, todo se sabe; no hay necesidad de caer en nada remotamente parecido a la exhibición. Es, como ya dije de la novela, la perfecta encarnación de la elegancia. 

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