Se dice, y con razón, que Una odisea del espacio es una de las mayores obras de ciencia ficción de la historia del cine. Creo que puedo añadir poco más, la verdad.
Mientras la veía pude por fin entender todas las referencias que se le han hecho y que lógicamente entonces no pude llegar a coger. Por ejemplo, aquel capítulo de Los Simpson en el que convierten su casa en una versión nueva, robotizada, inteligente, y un panel circular rojo, omnipresente, los observa y controla desde cualquier rincón del hogar. Éso es ser un clásico.
Ahora, preguntadme cómo una película se convierte en un clásico y sólo podré morderme el labio. Supongo que una de las claves debe ser la atemporalidad. En el caso de Una odisea del espacio, aunque hay muchos elementos muy típicos de los sesenta, ninguno de ellos ancla la película a aquel momento. Es más, diría que incluso hoy se mantiene el efecto futurista.
Sin embargo, si hay una sensación que predomina es la de pequeñez, pero no esa ridiculez de tamaño que minimiza las cualidades del héroe de turno, sino esa pequeñez que, según dicen, contiene las grandes esencias.
Una odisea en el espacio me pareció una historia de superación, pero no una cualquiera, sino superación humana. Los protagonistas, como en aquel capítulo de Los Simpson con el que casi inauguraba el post, se oponen a un cerebro perfecto que se supone a su servicio. A estas alturas, supongo que todos sabréis perfectamente de qué estoy hablando.
Como llevo unos días diciendo, hay algunas novelas que hace falta leer varias veces, la primera para empaparse de su esencia, y el resto, para intentar descifrarla. Una odisea del espacio funciona más o menos de la misma manera: como cualquier película de Kubrick, su estética es más que potente, con una increíble fuerza en los detalles, que no se puede apreciar en un único visionado.
2001: Una odisea del espacio simplemente impresiona.
Puesto #38 de las 200 de Cinemanía.
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