Caroline pertenece al grupo de los llamados "privilegiados varones blancos". Es rubia, guapa, educada, tenaz hasta lo irritante y, claro, pija. Su vida parece perfecta hasta que su padre es condenado por estafa y encarcelado y ella se queda en la calle, sin nada ni nadie.
Sí, es triste, sobre todo porque la chica es hasta entrañable. Pero lo que nos interesa es lo que ocurre después, cuando consigue trabajo como camarera en un restaurante de Brooklyn. Allí conocerá a Max, su antítesis: pobre, desafortunada, dura y pesimista.
Sus formas de ser y su visión del mundo no tardan en chocar, como no podría ser de otro modo. Eso no impedirá, no obstante, que se conviertan en íntimas amigas, casi hermanas.
¿Dónde está la novedad de Dos chicas sin blanca, entonces? Ni más ni menos que en su guión: es fresco, vibrante, joven; una reedición de la clásica sitcom.
Dos chicas sin blanca es una de esas comedias tan agradecidas que no te exigen nada, sólo que las veas de vez en cuando. No tienes que tragarte todos y cada uno de los capítulos para enterarte de lo que ocurre, sino que cada episodio existe por sí mismo, casi sin necesidad de los demás. Y digo "casi" porque sí existe una relación entre unos y otros, aunque menos evidente que en otras series. Para mí eso es una ventaja más que un defecto, pero allá cada cual; hay gustos para todo.
Además, maneja un número muy reducido de personajes principales. Espero que siga así, porque muchas veces una serie empieza a decaer en el momento en el que introduce cada vez más secundarios, hasta llegar a un punto en el que no conoces a nadie. De hecho, desarrollo desde hace tiempo una teoría según la cual el declive de una serie es directamente proporcional al número de personajes nuevos. Pero oye, a lo mejor esto también es cuestión de gustos.
De momento sólo hay una temporada, y ni siquiera la he visto entera, pero tengo muchas esperanzas depositadas en esta serie. Ojalá siga tan bien como hasta ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario