Tengamos claro desde el principio que Seguridad no garantizada es una película bien rara. Tanto, que hasta me voy a atrever con una pequeña sinopsis. Imaginaos: un reportero y dos becarios investigan el anuncio de un tío que busca un compañero para viajar en el tiempo.
Lo curioso de esta historia es que, mientras la ves, no tienes muy claro en qué género te estás moviendo: el reportaje pretende descubrir la psicosis detrás del anuncio y, al mismo tiempo, el viajero está tan seguro de lo que hace (más que los reporteros) que no te queda otra que creerlo. A mí este juego me encantó; es el encanto inconfundible de la película. Ahora bien, reconozco que antes de conseguir entrar en él la historia se me estaba haciendo un poco pesada. Que eso no os desanime: la espera no es larga y merece toda la pena del mundo.
Por otra parte, una película que deja lo espectacular en segundo plano sólo se sostiene si los personajes tienen su propio interés. Supongo que me tendría que haber cautivado el desarrollo de la protagonista y el viajero porque, a fin de cuentas, es en sus traumas en lo que profundiza Seguridad no garantizada. Me encantó ver en qué medida toda su personalidad quedaba resumida en la gran pregunta "Si pudieses retroceder en el tiempo, ¿qué cambiarías?" pero en realidad el viaje que me ganó fue el del reportero. Soy la primera sorprendida, de verdad. Jamás habría imaginado que el gilipollas del principio de la película llegaría a partirme del corazón del modo en que lo hizo: en una escena sin palabras, sin mirar a cámara; sólo una distracción y ruido de fondo. A lo mejor es ahí, en ese hacer las cosas hacia la tangente, donde está la esencia de Seguridad no garantizada.
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