Cuando empecé esta novela no podía imaginarme hasta qué punto sería literal el título.
Llevo un rato intentando acordarme del nombre de la narradora protagonista. Me preocupaba no retener la información tan bien como solía hasta que me di cuenta por fin de que uno de los pilares más sólidos de Lo que dijo Harriet es precisamente que nunca se llega a conocer a esa otra niña. Detengámonos aquí un segundo: es ella quien cuenta la historia, y además la vive directamente.
Harriet dice, ella hace. Lo curioso es que eso no parece importarle: Harriet siempre ha sido la líder, la más inteligente, la más encantadora, la más magnética. La narradora está completamente rendida a Harriet, y nosotros la seguimos, atrapados por la misma luz.
No voy a detenerme en explicar qué hacen estas dos niñas. En todas las sinopsis hablan de un crimen horrible que conmocionó al país entero y a la sociedad de su tiempo, pero la novela no da esa sensación. Uno no puede sorprenderse tanto de lo que lee porque ha visto evolucionar la idea desde el germen más insignificante.
Para mí lo escalofriante de Lo que dijo Harriet es cómo la influencia de un tercero invade el pensamiento y lo corroe desde dentro. Es ahí donde está la miga de la novela: en lo que se escucha, no en lo que se hace.
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