Fui a ver El renacido por un pálpito. Me bastaba saber que dirigía Iñárritu y que estaba DiCaprio. Cuando coincide tanto talento en una misma película no hay que mucho que pensar.
La verdad es que de aquella no sabía más: no tenía ni idea del grandísimo reparto que se reunía en El renacido y, por supuesto, tampoco conocía su argumento ni que estaba "inspirada en hechos reales" (lo que quiera que eso signifique).
De todas formas, tampoco podría haber estado preparada: El renacido es una de esas películas que exigen un salto de fe. Se abren al comienzo distintas líneas, más temporales que argumentales (si tuviese que decir algo), y la confluencia se hace esperar: lo único que queda es ser paciente y un poco receptivo, y confiar en que al final todo encajará. Y así ocurre. Sin embargo, aunque no puedo señalar la más mínima falta en esta película, lo cierto es que no llegó a calarme. Reconozco su inmenso valor artístico pero, salvo ocasiones puntuales, la historia en conjunto no llegó a emocionarme, no en el estricto sentido de la palabra. Para mí le faltaba un poco más de alma. No se me ocurre otra forma de decirlo.
Parece que vi El renacido como quien oye llover, y no; no es esa la imagen que quiero transmitir. La verdad es que aún no terminé de salir del pozo de autonegación en el que me refugié después de cierta muerte (menos mal que quedan los copos de nieve para lidiar con la pérdida). Tampoco se me va de la cabeza el discurso tóxico de un brillantísimo Tom Hardy, ni creo que pueda llegar a olvidar la última mirada de El renacido. No se me pasa por la imaginación cuestionar la absoluta maestría de esta película; es sólo que eché en falta más momentos como esos, más viscerales, más íntimos, más de dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario