Recuerdo que cuando era pequeña a veces me exasperaban las películas de Disney porque de pronto alguien se ponía a cantar y bailar y, mágicamente, todos los que estaban detrás resultaban saber la canción y la coreografía. Es absurdo, pensaba. A mis ojos, esos momentos hacían menos creíble la historia. ¿Frotas chatarra y sale un genio? Ningún problema. ¿Animales que hablan? Vale. ¿Un número musical improvisado? Eso no puede ser normal.
Y sin embargo eso ahora no me pasa. Afortunadamente sé de buena tinta que no soy la única. Es como si de pequeños exigiésemos un estándar de realismo que en algún momento a lo largo de estos años abandonamos por completo. Ahora esos números musicales, tan teatrales, tan honestamente falsos, me animan mucho.
Y de esos hay a montones en Mamma Mia!, a cual mejor. Es vivaz, es fresca, es exagerada y excesiva; una gozada de ver. Como historia no tiene mucha miga, todo hay que decirlo; el final, personalmente, me parece resuelto a medias y un poco a trompicones. Pero a fin de cuentas es un musical estupendo, y como tal se lo puede valorar.
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