Casi me lo creo. De hecho, no estaría exagerando si dijese que me pasé la mitad de La verdadera historia del cine maravillada por las asombrosas aventuras de Colin McKenzie.
Luego llegan esos pequeños detalles que te hacen replantearte lo que estás viendo. Me refiero a cosas como que, aunque la realidad supera a la ficción, nunca lo hace tanto ni de esta manera; o al increíble parecido de un personaje más que anónimo con Peter Jackson; o a que La verdadera historia del cine forma parte del ciclo de falso documental que están haciendo ahora en el Milán (Universidad de Oviedo).
Pero, como os digo, durante estos momentos estás tan intrigado por la historia, tan involucrado en ella, que puedes olvidarte de todo y acomodar a las circunstancias la línea que separa realidad y ficción. Por lo menos espero que no me haya pasado sólo a mí.
De todas formas, la idea de proyectos como este no es tanto crear una historia tan apasionante (aunque tanto mejor si se consigue) como un aviso poderosamente sutil: cuidado con lo que crees. En La verdadera historia del cine todo parece muy real pero eso, desgraciadamente, no siempre es una garantía.
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