lunes, 2 de septiembre de 2013

El viaje de Chihiro

El otro día leí que El viaje de Chihiro podía considerarse la versión japonesa de Alicia en el país de las maravillas. A lo mejor porque arrastro desde la infancia un trauma con esta historia (incluso la película de Disney), no he podido quitarme esa idea de la cabeza. A mí El viaje de Chihiro me gustó tanto como me horroriza Alicia; por eso no entendía semejante comparación. Ahora... Es posible que le dé otra oportunidad pero no estoy dispuesta a prometer nada.
Recuerdo que vi empezar El viaje de Chihiro hace años, cuando me gustaba particularmente quedarme en el sofá hasta las tantas, disfrutando de ser la única despierta en casa. Creo que no hay condiciones mejores para ver una película así: a oscuras, a solas y con el sueño ya cerca. Lamentablemente, tuve que marcharme antes de que terminase por miedo, sinceramente, a quedarme dormida en el sofá. 
El caso es que llevo desde entonces arrastrando esta película, como los restos de un sueño recurrente. Ayer, por fin, pude verla entera. 
Es posible que para disfrutarla haya que verla con ojos de niño (de niño dormido, además). Yo recurrí a aquella primera toma de contacto que, al poco, acabó derivando en mi perenne gusto por los cuentos. Creo sinceramente, y cada día estoy más convencida de ello, que no hay mejor forma que un cuento para contar una historia.
Pero lo bueno de El viaje de Chihiro no es sólo eso, sino que deja claro desde el principio que hay mucho más detrás de la historia que plantea y de las poderosas imágenes que la complementan. Así que, al final, se desarrollan paralelamente El viaje de Chihiro y la historia del propio espectador, única para cada uno, lo cual hace de esta película una maravilla aún mayor: no por ser variable deja de ser universal.

Puesto #119 de las 200 de Cinemanía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario