Mala leche es una película con la que te puedes echar unas risas y ya. No tiene más fondo ni más truco.
Ojo, eso no es nada malo; ya les gustaría a muchas otras películas poder llegar a algo así. Es que a veces parece que debe haber un fondo ultra trascendental para que una película sea buena o, por el contrario, que una comedia ligera debe ser tan absurda que hasta le falte el argumento. Pues nada de eso, señores. Aquí está Mala leche para demostrarlo.
Hoy, para variar, os voy a contar de qué va porque me decidí a verla en cuanto lo oí: ese bebé que aparece en el cartel es la reencarnación de un arquitecto muerto de pronto y de mala manera cuando iba a recuperar el proyecto de su vida. Él, Simon, cree que el responsable es Vincent Porell, que resulta ser precisamente el padre de su reencarnación. Os podéis imaginar su reacción: desde el mismo momento de su nuevo nacimiento, Simon hace todo lo posible por desquiciar a su "padre".
Sin embargo, su comienzo no es tan limpio como cabría suponer. La película no olvida la vida pasada de Simon, esto es, a su novia y el amante de ésta, el mejor amigo del propio Simon, por si las cosas no eran ya bastante complicadas.
No os cuento más, no vaya a ser que os estropee la película.
Insisto en lo que dije al comienzo del post, pero tampoco quisiera dejar de decir que me reí con Mala leche y que incluso me sorprendió, muy gratamente, además. Podía tener más o menos una idea de qué iba a ocurrir a continuación (y no siempre) aunque nunca fui capaz de imaginar cómo. A mí, personalmente, eso me parece todo un mérito.
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