He aquí un homenaje a las clásicas películas de adolescentes de los ochenta y, para variar, uno de los buenos.
Lo que más me gusta de Rumores y mentiras es precisamente lo claro que tiene su origen. La propia protagonista lo dice al principio de la película: queda encima de la mesa que se parte de una base conocida y casi sobreexplotada. Y da igual: a partir de ahí esta película hace las cosas a su propia manera.
La verdad es que poco se puede comentar de su argumento; conociendo su espíritu ochentero, poco margen queda. De todas formas, esta es una de esas películas en las que no importa tanto la historia como la forma en que se desarrolla. Te lleva por donde debe llevarte y, de vez en cuando, te obliga a detenerte y reflexionar sobre el camino recorrido. Hacía falta en la película y no estaría mal hacerlo también en la vida real, para qué engañarnos.
Reconozco que yo al principio no tenía ninguna fe en Rumores y mentiras. Como ya hemos comentado, un primerísimo vistazo desde fuera no da a entender nada novedoso ni interesante. Creo que yo me decidí gracias a Emma Stone, una actriz a la que le estoy cogiendo el gusto. No sé, la encuentro versátil (recordad que protagonizó, entre otras, Criadas y señoras) y, sobre todo, muy carismática. Además, se junta con Patricia Clarkson y Stanley Tucci, dos caras más que míticas. Ellos tres ofrecen los mejores momentos de Rumores y mentiras; merecería la pena verla aunque sólo fuera por esas escenas.
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