Ya ni me acuerdo de cuántas veces tuve ganas de dejar este libro mientras lo leía. Eso sí, no estaría escribiendo este post si no lo hubiese terminado. Siendo honesta, creo que lo hice por orgullo: porque pasada la mitad, ya no me podía echar atrás.
El caso es que la idea de Marta Sanz es buena y, de hecho, hay un capítulo absolutamente brillante pero muy corto en comparación con el resto de la novela: hay que pasar demasiado para tan escaso premio. No compensa.
Como digo, la base de Un buen detective no se casa jamás es realmente buena, como el capítulo al que me refiero y otros grandes momentos desperdigados por la novela. Sin embargo, no dejan de ser eso: momentos. Y una buena novela no se puede construir así.
Toda la narración (salvo, curiosamente, el mejor capítulo) intenta reproducir el relato de Arturo Zarco, un detective de visita en la casa de su amiga Marina Frankel. Lo que parecía un descanso para ambos se acaba convirtiendo en un misterio para nosotros y la puerta a innumerables intrigas y perversiones familiares. Una historia realmente retorcida pero interesante a fin de cuentas.
El problema es que nunca se termina de desarrollar nada. O, más exactamente, tarda demasiado en hacerlo. La culpa es del propio Zarco, que en la historia que nos cuenta intercala sus propios pensamientos, así como apuntes de su ex mujer, Paula, a la que sigue unido de un modo bastante curioso. Dicho así no suena tan mal ¿verdad? Pero ya os lo dije al principio: la idea era buena.
Tanta digresión y reflexión, tantas metáforas y tanta información difuminada acaban por hacer de Un buen detective no se casa jamás una novela terriblemente mal asfaltada y, ante todo, difícil de terminar.