Como tantas otras veces, me sumerjo en un fenómeno del que sé lo justo, poco más que lo legado por la cultura popular. Aunque valoro el enfoque de frescura que eso me permite, a veces siento que tengo por novedosísimo algo que en el fondo no lo es tanto.
Sin embargo, también intuyo que cualquier cosa que toque Bryan Fuller tiene todas las papeletas para convertirse en algo, si no nuevo, desde luego sí memorable por sí mismo; acordaos, por ejemplo, de la maravillosa Pushing Daisies.
Pero centrémonos de una vez en Hannibal. Lo que me fascina de esta serie es cómo mima a sus personajes. No me refiero a esa protección mal entendida, sino a un retrato exhaustivo, con todas sus consecuencias. Una de ellas (mi favorita, por cierto) es que a menudo el espectador se ve trasladado al punto de vista del protagonista, Will Graham, que a su vez es capaz de empatizar hasta niveles increíbles con los asesinos que analiza. Esa identificación se hunde en el personaje y extiende sus raíces hasta embotar todos sus sentidos y, en última instancia, también los nuestros. El resultado es una conjunción escalofriante de imágenes fantasmagóricas, terroríficas por lo natural de su evolución.
Y si se detuviese ahí... Pero es que no lo hace; lo que pasa es que yo ya no sé cómo explicarlo. Una serie como Hannibal, impecable de principio a fin, no se puede reducir a un par de comentarios; estas cosas hay que verlas porque, a diferencia de este intento, son capaces de envolverlo todo.
Sin embargo, también intuyo que cualquier cosa que toque Bryan Fuller tiene todas las papeletas para convertirse en algo, si no nuevo, desde luego sí memorable por sí mismo; acordaos, por ejemplo, de la maravillosa Pushing Daisies.
Pero centrémonos de una vez en Hannibal. Lo que me fascina de esta serie es cómo mima a sus personajes. No me refiero a esa protección mal entendida, sino a un retrato exhaustivo, con todas sus consecuencias. Una de ellas (mi favorita, por cierto) es que a menudo el espectador se ve trasladado al punto de vista del protagonista, Will Graham, que a su vez es capaz de empatizar hasta niveles increíbles con los asesinos que analiza. Esa identificación se hunde en el personaje y extiende sus raíces hasta embotar todos sus sentidos y, en última instancia, también los nuestros. El resultado es una conjunción escalofriante de imágenes fantasmagóricas, terroríficas por lo natural de su evolución.
Y si se detuviese ahí... Pero es que no lo hace; lo que pasa es que yo ya no sé cómo explicarlo. Una serie como Hannibal, impecable de principio a fin, no se puede reducir a un par de comentarios; estas cosas hay que verlas porque, a diferencia de este intento, son capaces de envolverlo todo.
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