Siempre se me hace muy raro hablar de grandes clásicos como este. En fin, a estas alturas ya no necesitan ningún tipo de presentación. Se ha dicho y escrito tanto sobre ellos que es prácticamente imposible añadir algo nuevo. Y, desde luego, cualquier comentario que yo pueda hacer en este blog (que ya no tiene un objetivo tan claro) parece casi fuera de lugar. Pero bueno, se hará lo que se pueda.
Yo empecé a leer La Regenta con mucho entusiasmo. Es prácticamente un libro de referencia en mi casa y, en general, un nombre que flota por mi querida ciudad. Un título imprescindible, en suma.
Lo que pasa es que yo soy una lectora muy de mi siglo; esa es la conclusión a la que llegué. Tardé bastante en darme cuenta de que en La Regenta hay algo que me resultaría siempre incómodo: un conocimiento absoluto de todo lo que pasa en cualquier parte y todo lo que pueden pensar los personajes. Fueron un par de clases recientes las que me dieron el empujón que necesitaba, por cierto, no llegó la inspiración de pronto a resolver todos mis problemas. Ya me gustaría algo así.
Tengo claro que La Regenta es una obra maestra de la literatura de su tiempo, eso por descontado, pero el hecho es que me costó un triunfo terminarla. Lo hice porque tenía fe en que me acabaría gustando, supongo, y sobre todo porque soy totalmente incapaz de dejar un libro a medias. Lo bueno es que al final sí le cogí el punto y llegué a disfrutar La Regenta tal y como es. Me llevó unas 700 páginas pero, oye, ni tan mal.
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