Las mañanas de mis domingos son un poco raras. Me entusiasmo con el desayuno y, claro, la cosa se va alargando. Encima hay veces que de pronto aparece en televisión una peli apenas empezada.
Ya me habían hablado de Hermano Oso. No me habían dicho gran cosa pero hace falta bien poco para que me pique la curiosidad. En fin, domingos que pasan.
Ya me habían hablado de Hermano Oso. No me habían dicho gran cosa pero hace falta bien poco para que me pique la curiosidad. En fin, domingos que pasan.
Recuerdo que comenté en casa lo potencialmente traumática que me parecía esta película. Como Bambi, dije, o hasta peor. Pero mejor eso lo dejamos a un lado; mejor no remover aquellos tiempos tan cruentos.
No sabría decir qué fue lo que hizo que me quedase a ver Hermano Oso entera. Supongo que algunas películas simplemente te llegan, sin más, aunque pases buena parte de tu vida sin saber por qué. Tendrá que ver con que en su momento me censuraron Bambi en casa (me enteré el otro día, por cierto) y este tipo de impactos son necesarios para madurar.
Pero, aunque Hermano Oso sea el Bambi de mis veinte, creo que Disney da un salto cualitativo en este caso, aunque sólo sea por una cuestión de coherencia. El final de esta película era realmente el único posible, por mucho que pases la mitad del tiempo elucubrando y deseando que sea de otra manera. No es malo, no es un nuevo trauma ni la resurrección de uno antiguo: es lo que tiene que ser, y a lo mejor eso es lo más impactante.
Pero, aunque Hermano Oso sea el Bambi de mis veinte, creo que Disney da un salto cualitativo en este caso, aunque sólo sea por una cuestión de coherencia. El final de esta película era realmente el único posible, por mucho que pases la mitad del tiempo elucubrando y deseando que sea de otra manera. No es malo, no es un nuevo trauma ni la resurrección de uno antiguo: es lo que tiene que ser, y a lo mejor eso es lo más impactante.
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