La muerte de Artemio Cruz es una novela muy particular. No ya por su forma, que de momento podríamos dejar a un lado, sino por lo que supone por sí misma: son los últimos momentos de la vida de un hombre, y nada más.
La historia comienza cuando Artemio Cruz está ya gravemente enfermo y la certeza de la muerte flota en el ambiente. Carlos Fuentes consigue que lo que Artemio siente en ese momento, sus monólogos internos y los episodios que va recordando se integren en un todo homogéneo y multiforme al mismo tiempo, y recrear una extraña sensación de atemporalidad que se apodera del relato en su conjunto.
Se hace raro porque al final casi casi llegas a conocer a Artemio Cruz, aunque nunca dejas de tener la sensación de que es (o era) una persona completamente inaccesible. Le vemos en sus últimos momentos, se nos cuentan sus peores y sus mejores recuerdos, todo ello envuelto por una cierta tragedia, y aún así...
Tal vez sea porque, en el fondo, Artemio Cruz no es una persona como tal. Es sólo la punta de un gran iceberg, no más que un rostro visible de un tema mayor que él: la Revolución Mexicana. La impresión que se deduce de La muerte de Artemio Cruz no podría ser más pesimista al respecto. Eso sí queda claro, a diferencia de lo que tiene que ver con Artemio. Mi problema ahora es que apenas sé nada de la Revolución Mexicana, por lo que partes de esta imagen se me escapan sin remedio. Tendré que investigar un poco. Mientras, me queda esta sensación como de desgarro y vacío y nada; como estar en medio de la oscuridad con una brújula rota por toda compañía.
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