Hace tiempo leí en twitter algo como "Sí que es un mundo feliz. Huxley estaría orgulloso". La verdad es que no me acuerdo de cómo decía exactamente. El caso es que la idea se me quedó grabada entonces, y no me abandonó mientras leía por fin Un mundo feliz.
Lo que suele ocurrir con este tipo de novelas es que descolocan una parte de ti y, con suerte, nunca la dejan en su sitio. De lo que se trata es de que estés alerta.
Por supuesto, las situaciones que se plantean en la llamada "literatura distópica" están bastante exageradas. Y sin embargo, siempre queda algo reconocible, algo con lo que identificarse.
En Un mundo feliz, efectivamente, podemos ir captando ciertos detalles que acercan su entorno a nuestra propia actualidad, con una sorprendente y escalofriante exactitud. Lo curioso es que no se hace posible centrarse en un personaje ni en un punto de vista en concreto: no hay un protagonista único al que vayamos siguiendo a lo largo de todo el relato.
Una de las cualidades más extraordinarias de Un mundo feliz, aparte de su inquietante valor casi profético, es precisamente esto, que no necesita un protagonista individual, y tampoco recurrir a esa especie de personalidad colectiva: se queda en un término medio, como en tierra de nadie, y narra al mismo tiempo la historia de varios personajes distintos. Con ciertas cualidades de cada uno de ellos, si queréis, se puede construir un protagonista espectacular. La verdad es que no sé cómo explicarlo mejor; simplemente hay que leerlo.
Reconozco que al principio este detalle me inquietó un poco. Ahora, con un poco más de visión de conjunto, creo que sólo así la civilización de Un mundo feliz podría haber quedado justamente retratada. Sin esta imagen, la historia apenas tendría sentido ni valor.
Lo que suele ocurrir con este tipo de novelas es que descolocan una parte de ti y, con suerte, nunca la dejan en su sitio. De lo que se trata es de que estés alerta.
Por supuesto, las situaciones que se plantean en la llamada "literatura distópica" están bastante exageradas. Y sin embargo, siempre queda algo reconocible, algo con lo que identificarse.
En Un mundo feliz, efectivamente, podemos ir captando ciertos detalles que acercan su entorno a nuestra propia actualidad, con una sorprendente y escalofriante exactitud. Lo curioso es que no se hace posible centrarse en un personaje ni en un punto de vista en concreto: no hay un protagonista único al que vayamos siguiendo a lo largo de todo el relato.
Una de las cualidades más extraordinarias de Un mundo feliz, aparte de su inquietante valor casi profético, es precisamente esto, que no necesita un protagonista individual, y tampoco recurrir a esa especie de personalidad colectiva: se queda en un término medio, como en tierra de nadie, y narra al mismo tiempo la historia de varios personajes distintos. Con ciertas cualidades de cada uno de ellos, si queréis, se puede construir un protagonista espectacular. La verdad es que no sé cómo explicarlo mejor; simplemente hay que leerlo.
Reconozco que al principio este detalle me inquietó un poco. Ahora, con un poco más de visión de conjunto, creo que sólo así la civilización de Un mundo feliz podría haber quedado justamente retratada. Sin esta imagen, la historia apenas tendría sentido ni valor.
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