Empecé a leer Cien años de soledad con ganas, con entusiasmo, y con un poco de miedo, no nos engañemos. Normalmente me acerco a los grandes clasicazos con respeto, con cuidado, como busca un fotógrafo el mejor plano de la leona. No rechazo ayuda, por eso suelo buscar ediciones críticas, como esta de Cátedra que veis en la imagen. Las notas al pie han sido de muchísima ayuda; no sé qué habría hecho sin ellas.

No cuesta meterse en la historia y perderse por Macondo al leer Cien años de soledad. Lo más difícil quizá sea manejar tanta información, y no sólo eso, sino decidir cuándo recuperar tal o cual dato. Recuerdo que al final, con la última pareja, tuve que pararme a pensar que lo que para mí eran tan obvio, era totalmente desconocido para ellos. Un juego muy interesante, sí señor, y no es el único ni el mejor.
Ésta ha sido mi primera lectura de Cien años de soledad. Por supuesto, aún me quedan unas cuantas antes de captar todo el significado de esta gran joya literaria. Todo se andará.
Yo creo que debemos amar nuestra lengua por regalarnos algo así. Imprescindible.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo, Raquel.
EliminarCuánta razón tenías cuando hablabas de este libro, por cierto.