Hace mucho tiempo que tenía ganas de leer Las brujas de Salem. Recuerdo que estuve como loca buscando este libro y que me puse muy picajosa: no entendía por qué todas las ediciones que encontraba incluían también el guion de la película, El crisol. Qué diferencia podía haber entre una cosa y otra, me preguntaba; qué necesidad de ser tan redundantes. Pocas veces he estado más equivocada.
En la edición de Tusquets que acabé comprando (afortunada resignación) se incluyen, además de los textos en sí, dos "prólogos" al guion escritos por Arthur Miller y Nicholas Hytner, director de El crisol. Ahí es donde se habla de las muchas diferencias entre un guion cinematográfico y un texto teatral. Si, como a mí, os gusta el tema de las adaptaciones al cine, estos son unos textos que no os podéis perder.
Aunque eso me encantó, la fascinación por Las brujas de Salem venía ya del texto mismo. Llevo unos cuantos días dándole vueltas, a ver si por fin doy con la razón de ser de todo esto. Creo que para llegar a conclusiones más claras tendría que leer este libro otra vez. De momento sí puedo decir que Las brujas de Salem es un retrato magistral de una situación no tan concreta como podría parecer en principio: aunque hay un trabajo de investigación tremendo detrás, esta obra no se ata a las circunstancias, sino que se eleva hasta lo intemporal, presente tristemente reconocible.
Y, sobre todo, nunca prescinde de lo humano. Tengo la sensación de que en este tipo de cuadros muchas veces se acaba identificando a cada personaje con una única cualidad, como si no pudiese contener más. En Las brujas de Salem la realidad es más compleja que todo eso: nadie es completamente inocente, y tampoco culpable del todo. Creo que una de las cosas que más me impresionó de esta obra fue poder atisbar todo esto con claridad sólo a través de las palabras y los movimientos de los personajes. Sé que son los medios propios del teatro, y que seguramente el hecho de estar más acostumbrada a la novela influye en todo esto, pero, a pesar de ello, seguiré creyendo que Arthur Miller logra en esta obra una profundidad apabullante: no es lo mismo entender a un personaje hasta poder incluso anticipar sus reacciones, que asistir al descubrimiento de su alma y en verdad entenderlo.
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