Llegar a tiempo a los fenómenos no es cosa mía, ya lo sabéis. Y si no, que se lo digan a la amiga que lleva dos o tres años recomendándome Los juegos del hambre.
Ahora la susodicha está de vacaciones en el pueblo, pero antes de irse me prestó la trilogía completa. Qué exageración, pensé yo cuando la vi llegar con los libros. Tengo la manía de no leer sagas enteras de una sentada; sólo la idea me agota, sinceramente. Y sin embargo aquí estoy, a la mitad de En llamas. Qué razón tenía mi amiga.
Lo cierto es que ninguna de las dos tenía muy claro qué esperar cuando empecé a leer Los juegos del hambre. Yo imaginaba que sería una historia en la línea de la clásica literatura juvenil, como Sabriel; y, aunque al principio sí lo parece, Los juegos del hambre no tarda en dar un salto más que notable. No abandona el "género" (si es que puede hablarse de género en este caso), sino que cubre sus lagunas.
Creo que el ejemplo más representativo de todo esto es la propia protagonista. Los juegos del hambre se narra desde el punto de vista de Katniss y, además, en presente. Se introduce algún flashback en pasado de cuando en cuando pero, en general, la historia se va construyendo al mismo ritmo que Katniss la vive y, sobre todo, la desmenuza en un constante monólogo interior. Aún me impresiona hasta qué punto la duda se integra en el desarrollo de los acontecimientos sin socavar la solidez de la narración.
La única desventaja de someter el relato a la protagonista es que a veces se corre el riesgo de dejar al lector en blanco. A menudo, cuando se introduce un mundo distinto al del lector, un personaje también ajeno al entorno sirve como excusa para explicar esas diferencias. Sin embargo, en Los juegos del hambre no existe esta posibilidad: el lector sólo puede conocer lo que Katniss comparta. Sé que esas respuestas eran necesarias, pero no puedo dejar de pensar que las digresiones sobre el Capitolio, los distritos y los juegos al comienzo de la novela parecen un poco fuera de lugar en las reflexiones de alguien que ha nacido en un mundo donde todo esto es normal.
Dicho esto, también tengo que reconocer que no sé de qué otra manera se habría podido plantear. Me quedo con el hecho de que Suzanne Collins eligió una forma de narrar complicada y la respetó hasta las últimas consecuencias, con todo lo que ello supone.
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