Me zambullí en En llamas con la sed del que aún no ha llegado al final que esperaba. Supongo que, en el fondo, tendría que haberme imaginado algo así: si en Los juegos del hambre apenas hay descanso para los personajes, tampoco lo habrá en la saga para el lector.
No se me ocurre cómo abordar el comentario evitando spoilers, así que, si alguien no sabe qué pasa en esta novela y no quiere saberlo, sería mejor que dejase de leer aquí mismo.
Los juegos del hambre termina con una victoria agridulce. Hasta ahí, muy consistente; es más, diría que uno de los puntos fuertes de esta saga es cuestionar hasta qué punto ganar según ciertas reglas supone realmente una victoria. Así, la certeza de que aún quedan asuntos pendientes es una de las principales razones por las que lanzarse a En llamas se convierte casi en una necesidad.
Lo que pasa es que un supuesto triángulo amoroso va escalando posiciones y, en un momento dado, eclipsa al resto de la historia. Reconozco que esto es una manía mía, no un criterio objetivo. No seguiré ahondando en esta cuestión porque sé que en el fondo es sólo que a mí, personalmente, no me gustan este tipo de historias. Si acaso, lo único que podría alegar es que esta dinámica parece estar más cerca de la dicotomía de siempre: el Bien contra el Mal. Sé que esta línea no es tan importante en En llamas, de verdad que lo sé. Pierdo el tiempo en comentarla porque, por lo que se ve, soy más maniática de lo que yo misma pensaba y me resulta muy difícil pasar por alto las cosas que me ponen nerviosa.
En fin.
Prefiero quedarme con el hecho de que el regreso a la arena que constituye el auténtico centro de En llamas no es una repetición desesperada de la genial fórmula de Los juegos del hambre: los paralelismos se mantienen lo suficiente como para que las diferencias resulten todavía más significativas. Me parece una progresión de lo más inteligente.
Ya empecé Sinsajo, como os habréis podido imaginar, aunque no arrastro las mismas ansias que cuando empecé En llamas.Creo que ahora estoy más centrada en el final que se acerca, no en el que dejo atrás, porque por primera vez no tengo ni la más remota idea de cómo puede terminar la historia.
No se me ocurre cómo abordar el comentario evitando spoilers, así que, si alguien no sabe qué pasa en esta novela y no quiere saberlo, sería mejor que dejase de leer aquí mismo.
Los juegos del hambre termina con una victoria agridulce. Hasta ahí, muy consistente; es más, diría que uno de los puntos fuertes de esta saga es cuestionar hasta qué punto ganar según ciertas reglas supone realmente una victoria. Así, la certeza de que aún quedan asuntos pendientes es una de las principales razones por las que lanzarse a En llamas se convierte casi en una necesidad.
Lo que pasa es que un supuesto triángulo amoroso va escalando posiciones y, en un momento dado, eclipsa al resto de la historia. Reconozco que esto es una manía mía, no un criterio objetivo. No seguiré ahondando en esta cuestión porque sé que en el fondo es sólo que a mí, personalmente, no me gustan este tipo de historias. Si acaso, lo único que podría alegar es que esta dinámica parece estar más cerca de la dicotomía de siempre: el Bien contra el Mal. Sé que esta línea no es tan importante en En llamas, de verdad que lo sé. Pierdo el tiempo en comentarla porque, por lo que se ve, soy más maniática de lo que yo misma pensaba y me resulta muy difícil pasar por alto las cosas que me ponen nerviosa.
En fin.
Prefiero quedarme con el hecho de que el regreso a la arena que constituye el auténtico centro de En llamas no es una repetición desesperada de la genial fórmula de Los juegos del hambre: los paralelismos se mantienen lo suficiente como para que las diferencias resulten todavía más significativas. Me parece una progresión de lo más inteligente.
Ya empecé Sinsajo, como os habréis podido imaginar, aunque no arrastro las mismas ansias que cuando empecé En llamas.Creo que ahora estoy más centrada en el final que se acerca, no en el que dejo atrás, porque por primera vez no tengo ni la más remota idea de cómo puede terminar la historia.
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