Me muero por ver Sing Street otra vez. ¿No es ese el mejor comentario que se puede hacer de una película? Desde luego es el más honesto que se me ocurre; la película lo merece.
Sing Street es, ante todo, una película profundamente humana: su gran virtud es su poder para generar empatía. Hoy más que nunca me niego a contaros de qué va porque la línea más básica de esta historia es tan conocida que podría daros una idea equivocada de lo que es Sing Street. Un único apunte sobre el tema: me importa muy poco que no renueve el género porque Sing Street nunca deja de hacer las cosas a su manera.
Viví el final de Sing Street al borde del asiento y con el corazón en un puño, pero en realidad las que aún me acompañan son unas escenas muy concretas: tres hermanos bailando en el desván, lanzarse al agua sin saber nadar, dos amigos en el parque, un matón que no lo es tanto. Lo importante en esta historia nunca fue ver el amor correspondido ni llegar a lo más alto (que también), sino el nacimiento de esos deseos. En ese sentido, Sing Street es arrolladoramente única.
Os dejo con "Riddle of the model". Creo que, como carta de presentación, funciona mejor que todo lo que yo haya podido escribir.
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