Para ir situándonos, Un día perfecto tiene lugar en algún momento a lo largo de las labores de cooperación tras el conflicto en los Balcanes. Lo curioso es que cualquier dato concreto acaba desdibujado; el bosque se pierde en los árboles.
Un día perfecto empieza con un cadáver en un pozo y una cuerda rota. Y ya está. No es una excusa para presentar a los personajes; ni siquiera parece que el objetivo sea retratar la cruda realidad de entonces. Sin embargo, al final de Un día perfecto eso es justo lo que tenemos.
Creo que el hecho de no atarse a convenciones tipo planteamiento-nudo-desenlace permite que esta película se acerque más a la realidad más pura. Eso supone que cualquier descubrimiento se hace poco a poco, casi a trompicones; no hay revelaciones súbitas aquí.
Una escena se ha quedado grabada en mi memoria: dos de los protagonistas buscan la pelota de un niño en su casa, tomada por la maleza, destruida por la guerra. A pesar de que lo que encuentran es decisivo en una de las líneas de esta historia, en pantalla nunca abandona el fondo de la escena. Se convierte así, tanto para los personajes como para nosotros, en un accidente.
Eso es Un día perfecto: una cadena de sucesos fortuitos. No se me ocurre mejor forma de asomarse a la auténtica realidad.
La verdad es que cuanto más lo pienso, más me gusta.
La verdad es que cuanto más lo pienso, más me gusta.