Creo que una de las cosas que siempre recordaré de esta novela es lo descolocada que me dejaba a cada momento. Pero, a estas alturas, pasado todo, creo que esa es precisamente una de las mayores virtudes de Olvidado Rey Gudú.
El caso es que al principio te engaña. Parece una genealogía. Una muy extensa, breve donde debe serlo y exhaustiva cuando conviene, pero una genealogía al fin y al cabo. Sin más sorpresas.
De pronto el tiempo deja de tener interés, y el espacio se convierte también en tema baladí. Y sin embargo la historia nunca deja de tener sentido. Sé que puede sonar extraño y que para creerlo no queda sino leerlo, pero os prometo que es así: llega un momento en que en Olvidado Rey Gudú confluye lo que está ocurriendo en ese momento con lo que ha ocurrido antes y "lo que siempre ocurrirá". Aún no sé muy bien cómo pero al final todo encaja a la perfección.
Ana María Matute consigue crear ese efecto como de mito, de eternidad. Realmente es algo que te acaba superando. Lo único malo es que a veces, por la misma razón, la historia resulta algo distante. Aunque seguimos la vida entera de unos cuantos personajes (y hasta conocemos a varias generaciones de su familia), no son tantos los que llegamos a conocer de verdad, como a personas de carne y hueso. Creo que es porque a veces la historia de Olvidado Rey Gudú se detiene para contarse a sí misma y se convierte en información de segunda mano, por decirlo de alguna manera. Ojo, sigo creyendo que es parte de su encanto, sólo que a veces no resulta tan práctico.
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